Por Lea Ross
Hay cuatro puntos en común, a distintas escalas, entre El ángel (2018) de Luis Ortega y Zama (2017) de Lucrecia Martel, ambas producciones argentinas que han sido más que comentadas por los circuitos de la crítica local y la cinefilia a rango mayor.
La primera es que son obras fílmicas que parten desde una idea adaptada a la otra. La película dirigida por el hijo de Palito Ortega está inspirada en el delincuente juvenil Carlos Robledo Puch, que se convirtió en un ícono de la irreverencia setentista, ocupando sus espacios en la sección policial de los diarios. No es así en el caso de Zama, por la simple razón de ser extraída de la novela ficcional homónima de Antonio di Benedetto. Pero que no por eso deja de ser una reconfiguración de ese planteo ajeno para resolverlo en una apreciación personal.
Y esos esas dos historias que nos llevan al segundo punto en común, que es la percepción sobre la construcción de una patria. El ángel, junto con su hermana El clan (2015) de Pablo Trapero, expone las tensiones entre generaciones dentro del ámbito familiar, como la debacle propia de las instituciones propias de un país desbordado por el terrorismo estatal.
Tal como lo señala Nicolás Prividera, en un reciente artículo de Con los ojos abiertos (ver haciendo click aquí): “A diferencia de El clan, que a su modo ponía en escena esa violenta tensión entre padres e hijos, El ángel la sublima como desplazamiento: del intento de suicidio de Alejandro Puccio al deseo de cambiar (o matar) al padre de Carlitos Robledo Puch. Pero donde Trapero usaba los nombres propios para iluminar una genealogía metafórica (el clan como matriz cultural del terrorismo de Estado), Ortega despeja a la Historia de sus aristas más oscuras para bailar con el personaje (…). Del discurso de Alfonsín en El clan a la voz sin referencias de Lanusse en El ángel, de la dictadura al filo de los primeros 70, lo que podría haber sido una (auto)exploración genealógica del mal se convierte en reversión oscura del juvenilismo del club del clan. Una especie de Tango feroz remixada, en la que los personajes del cineasta acomodado y el artista incomprendido se funden”.
Suponiendo que sea así, ya que la carga paterna de Luis Ortega lo reconoce al insertar temas musicales de Palito Ortega, su propio padre, en la película, posiblemente Lucrecia Martel sí haya logrado esa exploración “genealógica del mal” en Zama. Transcurrida en una época donde la patria todavía no se había construido, la espera es el eje central en Zama, no solo como la remodelación de la identidad de Don Diego de Zama, sino de la propia identidad colectiva, que se mantiene luego como Nación conformada: "¿Por qué Zama sufre? Porque espera. El Corregidor, el juez, el que hizo justicia sin emplear la espada merece su recompensa y espera que el rey se la mande. Pero si deja de ser todo eso, se escapó de la espera. (...) Por eso creo que esta película, como la novela, tiene un final feliz. Nuestra cultura judeocristiana ha hecho un culto de la espera. Y Zama al final nos dice que no vale la pena", señala la cineasta en una entrevista a Roger Koza (ver haciendo click aquí).
Conseguir un “final feliz”, distinto a un happy end made in Hollywood, se conseguiría en quebrar ese culto de la espera como genealogía del mal, tanto para Diego de Zama embarcado en ese río como Carlitos Robledo Puch bailando en el interior de una casa, aun cuando él sabe que va a ser capturado en una emboscada; porque él no se permite que la espera lo destruya. Él baila mientras escucha música, y la redada policial quedará fuera de cuadro. Pero para llegar a ese final, tanto Carlitos como Zama coinciden en este tercer punto: el supuesto androginismo (desde un punto de vista heteronormativo) como quiebre de las ordenanzas patriarcales.
Al igual que Carlitos cuando se pone joyas en las orejas para emular ser una Marilyn Monroe, o una Evita para un Perón, Don Diego de Zama “es alguien pendiente de su deseo, frustrado con su deseo, aunque en el libro haya dos situaciones sexuales que son, digamos, poco amorosas. Tiene una tensión con su deseo que es mucho más femenina. Y unos pensamientos sobre eso que son más de chicas, claro. (…) Esas son cosas o que nosotras pensamos como propias del mundo de las mujeres o es que definitivamente Di Benedetto tenía una sensibilidad corrida de la cosa instituida masculina y podía permitirse esas reflexiones”, señalaba la directora de La ciénaga en una entrevista con Hinde Pomeraniec (Ver haciendo click aquí).
Y sobre el comienzo de ese punto, es donde nos lleva al cuarto punto en común entre Zama y El ángel: la ausencia del ejercicio del abuso sexual por parte de sus protagonistas. Ya en las primeras páginas de la novela de Di Benedetto, Don Diego Zama ejerce una violación contra una morena, escena que nunca se presenta en la obra Martel: “La saqué porque me parece que no tengo la inteligencia suficiente para tratarla y creo que por un tiempo hay que pensar muy bien cómo se filma una violación sin satisfacer las fantasías de violación de muchos… Y no digo hombres, sino personas. Y la saqué absolutamente afectada por nuestra época porque para mí es intolerable ver el cadáver de una mujer, ya no soporto ni verlo. Digamos, cada 25 horas tenemos que ver una imagen de esas y aceptar las barbaridades de cómo la prensa que se ocupa de eso vuelve a violar a la víctima con sus descripciones, con sus detalles innecesarios. Hay muchas, muchísimas notas policiales que cuando las leés decís: un pajero con esto se está divirtiendo, ¿entendés?”, señala la directora en esa misma entrevista.
Misma negación a la pajereada ocurre en la película de Luis Ortega. El caso judicial de Robledo Puch ha dejado interrogantes sobre qué rol cumplía en determinados intentos y cometidos contra mujeres que fueron abusadas. En la causa, se estableció que uno de sus secuaces cometió esas violaciones, dejando poca claridad sobre el rol que tuvo Carlitos. Toda cuestión ausente en el filme estrenado este año.
Posiblemente, sea la incapacidad de los artistas actuales de encarar una cuestión tan sensible en un panorama protagonizado por la sororidad, como así también la sobresaturación del morbo para pajeros en forma televisivo haya monopolizado toda expresión audiovisual referida a eso, quedando al cine relegado en una creatividad fulminada.
O porque simplemente, a la hora de leer cómo funciona la patria-pija, la violación no sería más que una salida rápida y deficitaria, por no decir punitivista, frente a la espera de poder concretar el sueño eterno de una Nación donde los hijos no tengan que apuntar con sus armas a la cabeza a sus madres.
Fotogramas: 1) El ángel / 2) Zama