Por Tomás Astelarra
El Taita Gabi (o la circularidad del cuatro por cuatro)
Nació en Formosa, pobre, muy pobre, niño pícaro, rebelde, libre, al punto que decidió dejar la familia y fugarse a Buenos Aires. Vivió, niño de la calle, en Plaza Constitución, y algunos reformatorios, fue adoptado por una familia de ceramistas, se hizo artesano, conoció a la Vani en La Plata, vinieron a vivir a Traslasierra, en una casa okupada vendiendo pan, luego le prestaron otra y vendieron cerámica y tuvieron a su hija Inau.
Los conocí cuando andábamos por comprarle las tierras en Yacanto Dawn al Negro Araña. “Ellos también buscan tierra”, me dijo la María, histórica vecina jipi del bajo de Yacanto. Al otro día vieron el terreno, firmamos los papeles en el juez de paz, y a la semana ya estábamos en medio del monte metiendo machete para buscar un claro donde poner la carpa. Una chiquita, y otra estructural que le prestaron y sirvió de cocina, más un quincho con una lona donde armaron un ropero, un panel solar, algunas herramientas, y una alegría digna de describir.
Entre mingas y jornadas de laburo construyeron un cuatro por cuatro. Hicieron los adobes, buscaron palos del monte, vidrios y cacharros del llamado Shoping, un predio donde la municipalidad tira la chatarra, la suciedad de la sociedad, que en sus manos se recreó en un hogar, ahora con otro cuarto, un baño, un taller, un gallinero, huertas, frutales, una motito que les regaló la mama de Vani, cercos de ramaje, agua potable que instalamos a fuerza de pala ante la decidida de la municipalidad, y una conana donde el Taita Gabi muele la semillas de algarroba que recoge en el verano. Apenas gastaron pa' algunas bolsas de clavos y cementos.
Tiene cara de indio, pazciencia de indio, refila cantos de quebracho a machete, encuentra puntas de flechas comechingonas donde el resto ve arena, y labura en la construcción como en una ceremonia de temazcal.
Como esa vez que laburando en mi casa con Vicente decidimos hacer un lado de la pirka y dejarle al Taita Gabi el otro. El tipo miraba, miraba, miraba, miraba, miraba, miraba las piedras. Caminaba lento, agarraba una, recogía pastón del balde y la ubicaba.
“Este indio vago”, pensábamos con el Javi mientras frenéticamente colocábamos piedras en nuestro lado de la pirka.
Claro que colocar piedras con mezcla de barro no es asunto sencillo. Al rato nos dimos cuenta con Vicente que las nuestras se desmoronaban, sucias las arrojábamos con furia y buscábamos otras en nuestro ritmo de papel de cocína, de ansiosos poetas citadinos.
Cuando decidimos descansar pa' fumar un pucho el Taita Gabi ya había avanzado dos metros. Nosotros uno y bastante cachuzo. Inau dice que su papa nunca busca una piedra, busca “la piedra”.
En el barrio me dicen Chuck Tomis, desparecido en acción. Mientras los paisanos y paisanas del barrio riegan sus huertas, crían sus hijes, construyen sus casas, hacen alguna changa en la construcción, la artesanía o la economía popular, yo me la paso en asambleas, reuniones, viajes, marchas, ferias, fiestas, conciertos, asambleas, reuniones, viajes, marchas, ferias, fiestas, conciertos, asambleas…
Con el Taita Gabi y el Jipi Matías le metimos machete a mi terreno un par de días después del de Vani y Gabi. Primero puse una hamaca paraguaya entre dos chañares. La carpa duro un año. Solo tenía una cocina vieja que rescaté del Shoping como fogón debajo de un algarrobo y una pila de leña tapada con silobolsa. Al año hicimos una minga y arrancamos a construir la tatusera, una ranchada de palos y plástico diseñada bajo las normas de permacultura polaca o nadaista de Javier Vicente. Otros dos años llevo tardando en construir mi casa de cuatro por cuatro. Y eso que compré los adobes y contrate amigos pa ayudarme además de alguna minga.
(La Vani además de una mujer deliciosamente inteligente y franca, madraza guerrera que se niega a ir a las asambleas del barrio a no ser que la hagamos mientras macheteamos el camino, es una constructora todo terreno. El hecho de que al día de hoy nunca le haya pagado por ayudarme a construir mi casa es, a mi humilde entender, una de las más claras muestras del machopatriarcado que llevo dentro. Es más fuerte que mi. No lo puedo evitar)
Que crezca un tomate en mi huerta es más difícil que un acuerdo en el peronismo o los movimientos sociales, los árboles frutales tienen menos probabilidad de vida en mi terreno que pibe de las afueras de Rosario, tarde más en hacer una cerca que me proteja de las vacas que en lograr ganar dinero vendiendo libros independientes, construir un baño seco se demora más que una investigación a fondo sobre el proceso político boliviano.
A veces hasta puteo lindo. “Estos jipis de mierda que se la pasan con la huertita mientras el mundo se cae a pedazos”. Pero después me doy cuenta que hace rato pregono el regreso a la pachamama, madre tierra, la autosuficiencia y muerte del consumo cómo única bala de plata para el sistema capitalista, las arcas de Noe de Zibechi y los pequeños actos chejes de Silvia Rivera Cusicanqui. Haz lo que digo pero no lo que hago.
Lo peor de todo es que cuando regreso de mis largas giras hablando con intelectuales y militantes políticos, campesinos y doñas de barrio, leyendo tratados filosóficos y ecuménicos, gogleando y metiendo todo en la licuadora para redactar un artículo periodístico que admiran mis fans en facebook...voy a tomar unos mates a lo del Taita Gabi ¡y me tira la posta!
Se que mi espiral de vida nace en una familia privilegiada y en la conciencia de esa injusticia se desparrama por los caminos para volver a la tierra a los tumbos entre vidas de militantes, periodistas, artistas, economistas y chamulleros profesionales. Se que la soberbia de los que pensamos que “los pobres” necesitan de nuestra ayuda para zafar de este sangrante presente globalizado se derrumba cuando uno conoce a alguien como el Taita Gabi.
Eso si, como dice el profeta nadaista Gonzalo Arango: “Y pa' defender todo esto, el pan, la justicia, la libertad... danos coraje, un rifle, y ¡buena puntería!”
Aclaración o Advertencia: Por si no se dieron cuenta pero estas charlas, relatos, columnas, son ficción. Ciencia Ficción Jipi.
DIBUJO: Sebas Triglia