Por Lea Ross
“Santiago Maldonado sería el último personaje de portada para la revista Billiken. Y quizás acorde a estos tiempos líquidos, y sin llegar a ser un cuadro político, padeció el más veloz proceso de ‘billikenización’ de su persona. Todo un personaje cuyo contenido político es borrado bajo el encanto de su abultada barba negra. (…) es curioso que gran parte de los que levantan su bandera por él, son los mismos que rechazan el uso de la capucha y las piedras en las marchas. ¡Pucha, che, qué mala la capucha! O que, directamente, el que tira piedras es un infiltrado. Como si el tira-piedra no merece ser una toma de discusión estratégica política, y se opta más por salir a ‘policializar’ el caso y denunciarlo como un servicio”.
El párrafo anterior es un fragmento que aparece en uno de los artículos publicados en el Dossier sobre Santiago Maldonado, publicado en este portal durante todo el trayecto de la semana anterior, acorde al aniversario de la fecha de su desaparición. Y resulta interesante observar cómo esas fechas que nos impulsan a redondear algunas ideas, nos retuerzan a girar nuevamente cuando ocurren ciertos hechos.
Y es que esa “billikenización” se volvió más agudo el miércoles de la semana pasada, a partir de los incidentes ocurridos en el centro cultural ND Ateneo, donde se estaba por proyectar la película El camino de Santiago, de Tristán Bauer.
Con una cámara de C5N, bajo el comando del animador televisivo Gustavo Sylvestre, televidentes de todo el país pudieron observar en vivo y en directo cómo un grupo de encapuchados cometieron destrozos a la entrada del establecimiento. “¡¡¡Los mandó Patricia Bullrich, no lo dudes!!!”, gritó desesperante uno de los asistentes, a pocos segundos que cayeran los trozos de vidrio de la entrada.
Ya en la calle, la cámara trata de filmar y perseguir a los desconocidos con caras tapadas. A lo lejos, se observa llegar el ex secretario de seguridad Sergio Berni, luego de un frustrado intento por capturarlos. “En este caso, cualquier ciudadano está habilitado, por la ley, para hacer cesar un delito”, apuntó Berni frente al micrófono que sostenía Sylvestre.
Al parecer, la huida de los incógnitos se logró mediante la intervención de Juan Grabois, dirigente del CTEP, al impedir cualquier agresión contra ellos. “Simplemente, defendí a un joven que estaba siendo linchado. Espero nunca adoptar la conducta de los Berni y los linchadores. Defender una causa justa asumiendo determinadas contradicciones no implica perder los principios”, respondió Grabois al día siguiente desde redes sociales.
Es así, que las tremendas imágenes de estupor, temor y ruido se dispararon rápidamente para luego señalar a aquellas personas como inevitables infiltrados al servicio de Gendarmería, y como parte de un ataque comandada por Patricia Bullrich. Entre el hecho consumado y la condena resolutiva hubo una diferencia de treinta segundos. Y así fue que se publicó tanto por los medios de comunicación, con una supuesta línea editorial progresista, hasta en publicaciones en redes sociales de distintos usuarios con pensamiento similar.
Desde los portales ligados al kirchnerismo, se sentenció que todo fue orquestado por el gobierno de Macri. E incluso, un columnista del portal de Tiempo Argentino comparó el hecho con el incendio del Parlamento alemán en 1933, sospechado de haber sido perpetrado por los propios nazis en el poder para culpar y perseguir a los comunistas.
De esto modo, podemos observar, nuevamente, que los que revindican a Santiago Maldonado, aquel encapuchado tira-piedras, son los mismos que declaman que todo encapuchado tira-piedras es un servicio del Estado. Semejante contrariedad solo se explica por el proceso de “billikenización” que vive la figura de Santiago por parte del progresismo.
El autor de este artículo no puede aseverar si se trató o no de infiltrados. Lo que sí puede decir es que las supuestas evidencias son risueñas. Llegando a un punto tal de tomar la pintada de una letra “A” adentro de un corazón, como prueba de la ignorancia de los propios servicios sobre la simbología anarquista. Cuando en realidad se trata de un conocido símbolo referido al amor libre o las formas de relaciones contrarias a las normas establecidas. Semejante desconocimiento solo puede compararse con las opiniones de los periodistas más conservadores y liberales al no comprender el grafiti “Macri Hetero”.
Es así que los que levantan la bandera de “Fuera Bullrich” terminan cediendo ante la propia lógica de Bullrich; es decir, la policialización como cercenamiento de toda discusión políticas sobre táctica o acciones directas. “Parece que aún antes de tomar el poder, el movimiento popular ya tiene su propia policía”, detalla el amigo Mariano Pacheco en una publicación en redes sociales, al contemplar una marcha en Córdoba bajo el cántico de “No somos infiltrados. Somos compañeros de Santiago Maldonado".
Con esto no se pretende negar la existencia de infiltrados, ya que el espionaje es una ramificación del propio Estado, aún con los cambios de Gobierno. Pero semejante condena solo genera más violencia de la que se dice repudiar. Si ya es violento acusar sin pruebas a alguien de ser un servicio en una asamblea, imagínense que esa acusación salga en una pantalla de televisión masiva.
No es intención de este artículo juzgar a la película de Tristán Bauer, ya que quien escribe no la ha visto todavía –y supongo que tampoco lo hicieron los que realizaron los destrozos en el ND Ateneo-. Pero si uno trata de esforzarse de poner la lente en gran angular, lo que vemos es a un joven muerto por dar su cuerpo frente a una causa justa, del cual adhería al anarquismo. Filosofía política que quienes se adhieren se interpelan y los lleva a delinear ciertas dinámicas sobre lo que significa que uno de los suyos fue asesinado por el Estado.
Y que encima aparezca una proyección audiovisual, donde congrega a funcionarios del Estado, con saco y corbata, y bajo la presencia fantasmal de Sergio Berni (nada menos que el padre del “gendarme carancho”, aquel uniformado que se tiró adrede contra un auto para justificar el desalojo de una protesta en la Panamericana), ¿no nos llevaría a preguntarnos si realmente cuesta creer que lo que ocurrió fue tan inusual?
Para el analfabeto político progre, que se nutre de la tele y el feisvuc, preferirá seguir “billikenizando” a Santiago.