Por Carlos Aznárez*
Dossier Santiago Maldonado, elaboración colectiva de La luna con gatillo, Resumen Latinoamericano, Contrahegemonía web, Lobo suelto y La tinta.
Hace exactamente un año, con el asesinato de Santiago Maldonado por parte del aparato estatal represivo, el gobierno de Mauricio Macri decidió comenzar una nueva fase de su guerra contra el pueblo. Porque de eso se trata, no de un gobierno que solo lleva adelante medidas económicas y sociales odiosas y de choque, sino de una estructura de poder que cumple con el mandato imperial de recolonizar el continente. Cueste lo que cueste y haya que matar o encarcelar a quien se oponga. Para ello, es preciso generar en la población un sentimiento de terror y de miedo, que en un país que ha pasado ya por una brutal dictadura y su consecuencia de 30 mil desaparecidos, no resulta difícil impactar en su memoria, despertando todos los demonios del pasado.
Maldonado fue en ese sentido algo más que un símbolo. Joven, solidario, internacionalista, comprometido con los que luchan bien abajo, casi en el subsuelo de este mundo capitalista, dirían los zapatistas. Primero, estuvo ligado a los rebeldes pescadores de Chiloé que luchaban contra las empresas salmoneras que los envenenaban, para luego pegarse afectivamente a la cosmogonía de uno de los pueblos originarios de estas tierras que van de un lado al otro de la Cordillera. Sin ser Mapuche, Santiago abrevaba en sus raíces, y como todo buen libertario no dudó en comprometerse hasta las últimas consecuencias. Puso el cuerpo en varias ocasiones, junto a sus hermanos del Lof Cushamen, se sacudió de rabia en los cortes de carretera, al ver la crueldad y el odio de los gendarmes hacia quienes en el color de su piel se les parecían mucho. Pero al igual que la policía paraguaya en la masacre de Curuguatí, o mucho antes los uniformados de la Bonaerense en Puente Pueyrredón contra Maxi y Darío, un mal día de fines de julio del 2017, ese ser monstruoso apellidada Bullrich se decidió a avanzar varias casillas en su particular “juego de la muerte”.
Así, sus perros feroces se lanzaron con odio y mucha pólvora a la “caza del mapuche”. Los “peñi” se defendieron como pudieron hasta que se vieron obligados a replegarse frente al altísimo poder de fuego de los atacantes. Luego vino el silencio y la larga agonía de la búsqueda de Santiago Maldonado.
Excepcionalmente, como pasa en muy pocas ocasiones, la consigna “¿Dónde está Santiago”? conmovió al país, luego al continente y casi enseguida al mundo. Cientos de miles de personas se lanzaron una y otra vez a las calles del país, blandiendo pancartas con su rostro de Cristo, incluso desafiaron la represión y marcaron a fuego al “Estado asesino”.
Hasta que en un típico operativo de encubrimiento, donde la Bullrich salió una y otra vez a defender a los asesinos, manos extrañas colocaron pocas horas antes de las elecciones el cadáver del asesinado y desarrollaron una campaña de desinformación y mentiras.
Fue en ese momento de tanta tensión y muchísima bronca que se perdió una gran oportunidad de avanzar contra un gobierno cruel como el de los militares de los 76 pero elegido por el virus de la inconsciencia colectiva. Veinticuatro horas antes de los comicios de agosto, el cuerpo exánime de Santiago convocaba a la rebelión. Algunos entendimos el mensaje y desafiando ridículas vedas electorales nos lanzamos a la calle para acorralar a la muerte y si se podía, hacerla hocicar. Otros, los que lanzaron la estúpida y suicida consigna de “cuidar la gobernabilidad” se negaron a ganar la calle, porque sus liderazgos les imponían una recomendación funesta: “volcar la rabia en la urna”. De poder ser cientos de miles o un millón contra el terror que nos querían imponer, nos vimos reducidos a muchos y muchas pero que no alcanzaban para hacer temblar la estantería del sistema.
Veinticuatro horas después, los asesinos de Santiago vencían electoralmente y festejaban el crimen bailando sobre esa y otras 30 mil muertes. En los días posteriores, cebados de impunidad, la Prefectura perforaba a balazos a otro joven: Rafael Nahuel y la nueva “campaña del Desierto” seguía su curso.
Un año después, el régimen levanta la apuesta y planifica desplegar a los militares en el escenario para defender el acuerdo con el FMI, la hiperinflación, los más de 300 mil despidos, el gatillo fácil y la mentira de lo ocurrido con los asesinados del ARA San Juan. Así son las cosas en este país y así serán hasta que dejando de lado el cortoplacismo electoral, los de abajo nos organicemos, y construyamos nuestras propias autodefensas de carácter ideológico que nos permitan avanzar sin falsos profetas que coopten nuestros deseos de ser libres.
Poder comunal, Asamblea Constituyente, repudio a los corruptos y a los burócratas que frenan los procesos emancipadores, ética revolucionaria. En cada una de estas expresiones puede anidar la fórmula para recuperar el tiempo perdido. Comenzar a pensar en ello y disponerse a desarrollarlo, sería la mejor forma de honrar el enorme sacrificio de Santiago Maldonado, de Nahuel, o el que desde la prisión viene haciendo Facundo Jones Huala. Jóvenes libertarios que son ejemplo de resistencia al capitalismo y sus letales instituciones.
*Director de Resumen Latinoamericano.