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Pulp Fiction y la tripanofobia fílmica


Por Lea Ross


La tripanofobia es la fobia a las inyecciones. Podría tratarse de uno de los más comunes de los llamados “miedos irracionales”, una angustia que puede cargarse desde la infancia. Ese temor puede exponerse tanto a partir del tacto como de la vista. El hecho de observar cómo un objeto punzante se inserta en un cuerpo viviente, puede generar una sensación negativa para el sujeto observante difícil de tolerar. Por ende, el cine puede reactivar esos miedos recónditos sin previo aviso. Cuenta la leyenda cinéfila que durante un festival en Nueva York, un espectador quedó desmayado en medio de la proyección estelar de Pulp Fiction (1994). Específicamente hablando, de la escena de la inyección en el pecho.

La obra más rememorada de Quentin Tarantino, que lo consagró como director de culto, dejó las pupilas tan abiertas a los espectadores, como las pupilas más cerradas dentro de los ámbitos académicos, en lo que concierne a esa dichosa escena tripanofóbica.

En realidad, tenemos dos escenas. La primera es cuando Vincent Vega (John Travolta) visita a su amigo Lance (Eric Stolz) para comprarle algunos gramos de heroína altamente concentrada. Luego, mientras Vincent viaja en su automóvil para ir a buscar a Mia Wallace (Uma Thurman), vemos planos detalles de la inyección que se realizó Vincent a ese producto en polvo. Tiempo después, Mia Wallace confunde esa mercadería con cocaína y la consume, llevandola a un estado de shock.

Desesperado, Vincent lleva a Mia, en estado fulminante, a la casa de Lance (segunda escena) para que la salve de algún modo. El plan improvisado es inyectarle adrenalina en el pecho. Con los pocos conocimientos a mano, Lance le dice a Vincent que dicho líquido debe hacerse con un golpe directo con la jeringa en mano para lograr el deseado efecto que la haga despertar.

En ese plano entero, vemos a Vincent sosteniendo en su mano para dar ese golpe fulminante, esperando que eso ocurra a la cuenta de tres que realiza Lance, mientras sus dos compañeras miran la escena con igual preocupación si resultará o no. En ese trascurrir de la cuenta de tres, vemos los primeros planos de los protagonistas de la escena, más un plano detalle de la aguja, en enfoque selectivo, para observar con detenimiento la punta de la jeringa goteando el remedio hormonal.

El resultado es el impacto de la aguja en el pecho, Mia despertando y gritando despavorida con la jeringa en el pecho hasta que se tranquiliza. Los dos varones protagonistas descansan en el suelo, logrando su cumplido. Sobretodo Vincent, ya que Mia es la esposa de su jefe, el capo mafia Marsellus Wallace.

Allí, los diálogos de Tarantino cumplen todo ese linaje que lleva a justificar la angustiosa escena, pero que paradójicamente se convierte en un cuento cómico. Precisamente, en la escena anterior, previo a la compra de droga hecha por Vincent en la habitación de Lange, allí conocimos a sus compañeras y sus breves planteos sobre los piercings.

Tal como lo señaló el crítico de cine estadounidense Roger Ebert, en el capítulo dedicado a Pulp Fiction en uno de sus libros: “En esa escena empieza también con unos diálogos que parecen divertidos cuando en realidad están preparando el terreno. Conocemos a la novia de Lance, Jody (Rosanna Arquette), que lleva piercings en las partes más inverosímiles y que habla sobre el fetichismo de los piercings. Tarantino está preparando su conclusión. Cuando la aguja atraviesa el corazón, se espera que sea uno de los momentos más atroces de la película, pero el público, curiosamente, siempre se ríe”.

Si se trata de una escena tripanofóbica, uno de los miedos “irracionales” más ordinarios de todos, ¿entonces por qué es cómica?”. Esto explica Roger Ebert: “En un análisis plano a plano en la Universidad de Virginia, descubrimos la razón. Quentin Tarantino nunca nos muestra la aguja penetrando el cuerpo. Corta a unos planos donde los personajes que rodean a Mia reaccionan al golpe, gritando”. Es decir, una estrategia muy parecida a la que realizó Alfred Hitchcock en el asesinado de la mujer en la ducha en Psicosis (1960): una seguidilla de planos cortos (aunque más acelerados), pero sin llegar a mostrar el cuchillo insertando en el cuerpo de la víctima desnuda; incluso, acompañado no solo de la emblemática música, sino de sonidos referenciales sobre la hoja del cuchillo clavando lo que parece ser la carne. En el caso de Pulp Fiction, podemos escuchar el momento del golpe en el pecho, pero el campo visual queda fuera de cuadro.

Pero la gran diferencia es que así como Hitchcock utilizó la banda sonora de manera intensa, Tarantino utilizó la palabra de forme expansiva. Así lo detalla Ebert: “Judy dice que ha sido todo un ‘viaje’. Entendemos que, para una mujer con tantos agujeros, aún le falta por descubrir el último piercing posible. El lenguaje corporal y los diálogos toman una escena grotesca y la convierten en comedia negra, pero genuina. Todo está en el montaje y en los diálogos. También se encuentra, por supuesto, en la desesperación subyacente, motivada por los pensamientos sobre lo que puede hacerle Marsellus a Vincent, ya que matar a la señora Wallace es mucho peor que darle un masaje a sus pies”.

Es así que dentro enjambre en el universo de Tarantino, a partir de una mirada crítica, los diálogos aparentemente superfluos develan el camino para llevar a un truculento momento que se convierte en cómica, develando la delgada línea que divide la angustia de la risa.

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