Por Lea Ross
Contar la historia del Che Guevara es toda una expedición. Frente a toda una amalgama de producciones artísticas en distintos formatos, y desde perspectivas de las más recónditas, tomar el riesgo de poner el cuerpo en un escenario donde pareciera ser que ya está todo contado es casi como organizar una trinchera. Más aún si se pretende crear una obra para principiantes.
Tetete: El Che para principiantes es la flamante producción del Grupo Zéppelin Teatro. Bajo la dirección de Jorge Villegas, se ofrece el inicio de una trilogía sobre el Comandante que marcó un hito en la mitad del siglo pasado. En este caso, su etapa etaria que se inicia con su infancia hasta el crepúsculo de su viaje en motocicleta.
Se trata de una de las obras biográficas menos “experimentales” de Zéppelin desde el punto de vista literario, si se lo compara por ejemplo con KyS sobre Kosteki y Santillán. La narración cumple los principios básicos aristotélicos tradicionales, aun cuando las secuencias no respeten la cronología. La diferencia de una y otra secuencia son notorias, no se pretende generar confusión (más cuando las dos principales etapas de Ernesto son interpretadas por dos personas distintas). Las elipsis que las separan son abruptas, a pesar que el campo visual es limitado.
Porque la vista es el sentido que menos esfuerzo se genera por parte del espectador, salvo una inesperada fogata que posiblemente corte la mitad del relato. El resto de los sentidos se agudizan. El sonido es predominante dentro de un panorama a oscuras, aunque el olfato y el tacto no se quedan atrás. El elenco de actores y actrices organiza las distintas profundidades de campo sonoras mediante las respectivas locomociones direccionadas, al ritmo de las pisadas de sus zapatos. A esto se le suma el trabajo de determinados instrumentos musicales o las propias voces emanando los rebuznados de burros para la funcionalidad de ambiente, como así también para resaltar los contrapuntos de las escenas.
La poca presencia visual en todo el trayecto de la obra reactiva, voluntaria o no, ciertos tópicos del clasicismo literario guardados en la mente del espectador, que emergen por la inevitable decodificación que debe llevar a cabo. La aparición del pirata Sandokán, acompañado por sus bucaneros que arriban su barco para emprender sus aventuras, lleva a una reconstrucción imaginaria sobre un jovencito Che Guevara atrapado en alguna novela de Robert Louis Stevenson, o incluso en una influencia cercana a un Peter Pan. La diferencia es que el país de Nunca Jamás es España, y la búsqueda del tesoro es salvar a su amigo Federico. El anuncio de Radio El Mundo sobre el fusilamiento de García Lorca muestra el contrapunto de la propia inocencia infantil y como advertencia de la creatividad contemporánea de la propia obra.
El retrato de la “infantilización” del Che es un disparador de un (tal vez) notable insistencia de rigurosidad histórica, aunque no sea ese el propósito. La mente activa de Tetete que crea sus propios personajes para llevarlo a ser el estudiante Guevara, enfrentado con las arcaicas instituciones educativas, pueden resultar abruptas en cuanto la notoria disparidad del propio hombre pre-revolucionario. El Tetete con problemas de asma, llevando incluso a un conflicto con sus padres -en una curiosa secuencia única en donde Ernesto no tiene protagonismo- a una especie de falso dandy aprovechando su afrodisíaco acerbo sobre tecnicismos del ámbito clínico. Sin embargo, en medio de ello está su encuentro con Alberto Granados y la Poderosa.
Esa embarcación de recorrer Latinoamérica debe enfrentarse con los embustes de la inevitable hipertextualidad de la película de Walter Salles. Tal como lo dice el ensayista Gonzalo Aguilar, Diario de motocicletas es un caso paradigmático de la era pos-épica que vive el cine de nuestra región, donde lo filmable ya no serían las grandes batallas, sino el trasfondo melodramático de sus impulsores. El Tetete del Grupo Zéppelin quizás no reniega a ese panorama artístico en el continente. Eso dependerá de las próximas dos secuelas.
Pero más que nada, el propósito de la obra es indagar qué parte de Tetete hay en el Che. No es casual que el relato empiece con la inminente muerte de García Lorca. Ante esa tragedia, es la aparición de Sandokán como esa trinchera que ese niñito con asma decide encarar ante tamaña injusticia. Los límites que se imponen a nuestros sentidos frente a los colegios y los círculos snobs, se tumban a partir de ese acto de liberación que es la imaginación (al poder). En ese acto de enorme imaginación de Ernesto solo se logra con su obsesión por la lectura de sus apuntes universitarios. El momento de trágico edípico va llevando al comienzo de su etapa como Comandante, bajo el acompañamiento de ese niño y su pirata que nunca lo abandonaron.