Dossier colectivo Herencia e invención: la figura de Darío Santillán a 16 años de la Masacre de Avellaneda. Texto ilustrado por Florencia Vespignani, Natalia Revale y Alejandra Andreone para el libro Darío*
Por Francisco “Pancho” Farina**
Pensaron frenar la lucha y el avance de los sectores desocupados y piqueteros en junio de 2002 con un manto de sangre roja. Una salvaje represión asesinó por la espalda a Darío Santillán mientras socorría al compañero Maxi Kosteki. Hoy, transformado, ese manto rojo sigue flameando en busca de una sociedad con justicia y dignidad para nuestro pueblo. La mano en alto de Darío para frenar a los asesinos son miles de puños gritando “¡PRESENTE!” como homenaje y continuación de la lucha.
Tanto el desarrollo como el final no fueron hechos aislados, ni tampoco casualidades. La perspectiva nos permite una mirada que hile todos los sucesos, las necesarias casualidades. Todas certifican un irremediable camino. Fue Darío pero eran potencialmente más. Son muchos los que se juegan la vida. Los que con su militancia, día a día, ponen a disposición todo lo que tienen.
Los que cortaban el puente Pueyrredón, aquella fría mañana, venían acumulando certezas: unas heredadas, otras que se fueron forjando en la lucha. Mientras sistemáticamente nos iban robando la alegría, brotaba de la pelea cotidiana, la dignidad. Se recomponían lazos, partiendo de la sabiduría que flota en los barrios, con las certezas populares que nacen en las rondas. También con las doñas que se organizaron porque no había con qué parar la olla, que encontraron en la lucha el espacio donde canalizar la pulsión de vida, contra la lógica punteril y la violencia de arriba. Por ahí andaba Darío.
Darío es, junto con otros tantos de su generación, los que continuaron la militancia por la revolución. Darío hizo carne ese compromiso y esa concepción de los militantes revolucionarios de los sesenta y setenta. Es en el Nacionalismo Popular Revolucionario del Movimiento la Patria Vencerá donde comienza su militancia, en una temprana juventud. Había tenido, previamente, una militancia estudiantil en la Agrupación 11 de Julio, allá por el 98. Desde ahí, y con un grupo cercano es que, retomando las ideas, valores y mística de los setenta, profundizó y decantó la apuesta en el trabajo territorial. Con algunas experiencias incipientes como referencia, se sumergió en la construcción del Movimiento de Trabajadores Desocupados en su barrio, Almirante Brown. Dicen que fue a la segunda asamblea, y que desde ese momento siempre se lo vio en las rondas; que cuando algún vecino se acercaba a preguntar si “ahí daban planes”, Darío ofrecía “un puesto de lucha”. “Trabajo, Dignidad y Cambio Social” era la consigna del MTD.
Las gomas se consumían en la ruta y empezaba a resucitar esa Revolución que nos arrebataron. Que algunos creían perdida. Perdida porque fogueaban un supuesto fin de la historia y de las ideologías. Una Revolución que, Darío creía, se hacía en las asambleas, buscando compañero por compañero, tomando tierras, luchando por los planes, cortando rutas por trabajo digno, coordinando con otros barrios. Darío, participe de una Revolución en marcha, se suma a una toma de tierras en Monte Chingolo y comienza a construir su casa en el barrio La Fe. ¿En que difiere ir casa por casa convocando a la asamblea del barrio, o ser el primero en ofrecerse para las tareas que surgen y querer frenar la represión, solamente, con la mano en alto? Darío no dejó la vida ese 26 de junio de 2002. Darío dejó la vida militando, construyendo en los MTDs, en su cotidianeidad.
Su ejemplo no es sólo la valentía frente a la represión. Su ejemplo es el coraje de enfrentar las injusticias de todos los días, las más cercanas, y la indignación que provocan. Las injusticias que sólo tienen como respuesta la rebelión. Enfrentar a la violencia en todas sus formas: la de la policía, la del puntero y la del hambre. Enfrentar aquella realidad para cambiarla con organización, con la militancia de la que hoy es ejemplo. Con la prepotencia de la práctica. Por ahí andaba Darío dejando la vida.
El 26 de junio de 2002 distintas organizaciones piqueteras cortaron el puente Pueyrredón en reclamo de mayor cantidad y aumento en los montos de planes sociales y bolsones de alimento, entre otras cosas. La Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, estaba entre ellas y Darío, con apenas veintiún años, era referente de uno de los MTD que la conformaban. Se sabía que no era una movilización más, y el gobierno había amenazado con la represión en caso de concretarse los cortes. Darío decidió formar parte de la seguridad del piquete. Represión y desmadre de por medio, no sabemos por qué entró a la Estación Avellaneda. Luego, Maximiliano Kosteki agonizando en el suelo, y Darío asistiéndolo, con su mano derecha en alto, tratando de frenar a los sicarios del poder. La continuación de una opción de vida. ¿Pero puede perdérsela en semejante acto?
No es la muerte la que guía estos actos, tampoco el heroísmo, ni el martirologio. Por cierto, todo lo contrario: la desesperación por la vida, la sed de libertad. Son la coherencia y el compromiso militante los que socorren a Maxi para que no se le escape la vida. Con tanto verdugo cerca, con la parca comiéndote los talones, con el individualismo como imposición: la solidaridad de Darío. Sabemos que no se puede apagar tanto fuego. Para aquella generación ir contra la corriente se transformó en convicción.
Por ahí anda Darío. Cuando la juventud se organiza desde abajo y sin aspiraciones burocráticas. Cuando en las barriadas se arma la asamblea. Cuando el trabajo sin patrón se hace carne. Hoy Darío no sólo está vivo, sino que somos miles los que multiplicamos su ejemplo y seguimos su lucha. Por ahí, entonces, en las luchas, con su ejemplo, anda Darío.
*Dossier conjunto realizado por La luna con gatillo, Contrahegemonía web y la sección Comuner@s en la orilla de Resumen Latinaomericano.
**Militante del Frente Popular Darío Santillán. Integrante de la editorial El colectivo.