Por Lea Ross
Tanta la enorme figura del feto de cartón en las marchas por “las dos vidas”, como también los reducidos “bebitos” de plástico que se distribuyen en las calles, muestran una estética interpelativa por parte de los movimientos que se oponen a la despenalización/legalización del aborto, que no nace en un repollo, sino que viene gestándose desde hace tres décadas.
Si las mencionadas esculturas han surgido para apuntar los rasgos antropocéntricos de los embriones, las raíces de estas performances pueden rastrearse en una producción audiovisual que deja a un lado cierta tendencia melosa, para enfocarse más a un morbo tendencioso.
El máximo referente del discurso audiovisual antiabortivo ha sido Bernard Nathanson, médico y abortista arrepentido, quien ha realizado en los años ochenta dos polémicos cortometrajes: El grito silencioso (1984) y El eclipse de la razón (1987). El primero tuvo su repercusión por mostrar, de manera inédita, la ecografía de un feto de 12 semanas padeciendo un aborto. Mientras que el segundo, apuntaba a develar el proceso de un aborto en el tercer trimestre del embarazo, mediante un registro una pequeña cámara conectada a un cable de fibra óptica.
El grito sagrado puede llegar a ser un metadiscurso, ya que la película en sí destaca el alcance que pueden llegar a tener las imágenes -ecográficas- a la hora de generar conocimiento y que lo pone en la práctica.
Es a partir de los años setenta que las imágenes en escala de grises de estos registros son aceptados popularmente para ver (y por ende saber) lo que ocurre adentro del vientre. Ver imágenes es aprender. El ver es innegable. El observar es un acto más disruptivo.
El grito silencioso se divide en tres partes. La primera, plantea su costado tecnocrático: el avance técnico de aquellos registros visuales se emparentan con una mayor finesa en la búsqueda de la información. La segunda, un pantallazo práctico sobre las distintas herramientas de trabajo y el proceder de una interrupción embrionaria. Finalmente, la tercera es la síntesis de las dos partes anteriores: la emisión ultrasonográfica de un embrión padeciendo un aborto.
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La difusa imagen en la pantalla es acompañada por el propio Nathanson donde utiliza distintos atrezos (una lapicera, un instrumento abortista y un feto de plástico) para clarificar lo que ocurre en la pantalla. Allí se observa al embrión sacudiéndose de un lado para el otro, en el momento en que los instrumentos abortivos se insertan en el útero. El médico-narrador explica que esos bruscos movimientos son reacciones del no nacido frente a la aparición del peligro.
En un momento dado, se asevera que la boca de la criatura se abre para exclamar dolor, sin poder emitir alaridos por su limitado desarrollo anatómico. De ahí el título de la película.
Evidentemente, es el tramo de mayor impacto audiovisual no solo del cortometraje, sino la principal herramienta discursiva que se tiene incluso al día de hoy a la hora de caracterizar al no nacido como una figura emula del ya nacido. Esa evidencia visual de aquel organismo peleando y sufriendo para evitar su muerte ventila además una dinámica que nos lleva a las discusiones semiológicas actuales, sobre la transmisión del conocimiento disputada entre la palabra o la imagen. Nathanson nunca explica en detalle cómo es el desarrollo neuronal del embrión, algo primordial a la hora de comprender el sentido del dolor y la toma de decisiones por parte de un organismo viviente. Solo se limita, con su lapicera, a remarcar cómo se mueve de un lado a otro, y de una supuesta boca gritando.
Meses después, la Federación de Paternidad Planificada de Estados Unidos emitió un documento contra el filme, bajo la colaboración de un panel de expertos en medicina, con el título de “Los hechos hablan más claro que El grito silencioso”. La conclusión general es que “los aspectos documentales de la película son incorrectos y tendenciosos. La película está plagada de errores científicos, médicos y legales, declaraciones falsas y exageraciones”.
Dentro de las críticas que enumera el documento, se pueden hallar ciertos puntos ligados al tratamiento audiovisual que realiza el protagonista del filme a la hora de analizar la visualización ultrasónica de lo que le ocurre al feto durante la operación, que conforma sin proponérselo en una suerte de guía práctica para la condescendencia (audio)visual.
Para empezar, la imagen del “grito silencioso” no logra sobrepasar su mera cualidad metafórica: un ser humano no puede gritar sin aire en sus pulmones.
Acerca de la actividad frenética del feto, los expertos recuerdan que en esa etapa embrionaria, todo movimiento fetal es de naturaleza refleja y no voluntaria, ya que éste mismo requiere un desarrollo cognitivo que todavía no ha alcanzado. Para eso, el embrión requeriría tener corteza cerebral, y la capa protectora de la espina dorsal.
Hasta el día de hoy, la aparición del dolor en el feto se mantiene en discusión, pero según el circuito de obstétricas y ginecólogos de Gran Bretaña, aparecería en la semana 24.
“Además -señala el documento-, los expertos en ultrasonografía y tecnología cinematográfica han concluido que se alteró deliberadamente la velocidad del video, primero disminuyéndola y luego acelerándola para crear una impresión de hiperactividad”.
A pesar de eso, la secuencia del feto “luchando” contra las herramientas abortistas es un fragmento audiovisual que ha mantenido su actualidad por parte de los movimientos anti-aborto como prueba ineludible sobre la categorización del embrión con la figura jurídica de persona con derechos. Y a partir de allí, va tomando forma con otros formatos y orientados a detallar su conformación antropométrica, como los “bebitos” de plásticos.