Por Lea Ross
Quien escribe esta columna no es amante del fútbol. Es pura ojota. A lo sumo, con la llegada del Mundial, se interesará en mirar los partidos de la Selección de Argentina por una cuestión de interés antropológico. La pasión la tendrá por otras vertientes. Como el cine, por ejemplo.
Ahora bien, dentro del limitado acervo cultural sobre el fútbol que lleva este humilde servidor, puede encontrar algunos ligeros aportes desde su rol como comunicador. Ya que un tema que puede resultarle empalagoso para los televidentes que están preparados para ver los partidos de Rusia son los comentaristas y los relatores. Aquellas figuritas pegadas a un fondo que se los ve al comienzo y al final de cada evento deportivo, y que en su transcurrir llevan su carga oral sobre todo lo que ocurre en la cancha, son también una carga para los oídos de aquellos que deciden disfrutar del espectáculo en formato audiovisual.
Recientemente, se publicó un pequeño artículo referido a los relatores argentinos en el portal Otros Cines, uno de los más visitados en nuestro país sobre contenidos referidos al cine, con la firma de su director Diego Battle. Bajo el título de “Mundial Rusia 2018 (1): De relatores, comentaristas, grietas y nacionalismos”, el crítico de cine y proclamado amante futbolero, también muestra su “crítica” entrecomillada hacia aquellas voces que serán las encargadas de emprender la dichosa tarea de relatar los partidos.
“El periodismo deportivo argentino es, en su gran mayoría, mediocre hasta lo rudimentario, prepotente, dócil y servil ante el poder, poco formado en otras cuestiones que no sean la interna del vestuario y la disposición sobre el césped. Se pone (siempre y mal) la camiseta de una selección, de un club y pierde la distancia, el espíritu crítico, la independencia y, en algunos casos, hasta la honestidad. Hace operaciones, es cruel, chismoso y opina muchas veces sin sustento. Pienso en el ‘Colorado’ Liberman y en Gabriel Anello como principales exponentes de lo peor de un oficio que, por supuesto, tiene excepciones creíbles, inteligentes, valiosas”, señala un pesimista y nostálgico Battle en el cierre de dicho contenido.
Según este especialista del arte cinematográfico, el relato de fútbol de hoy en día queda atravesado por la soberbia argentina, más ligada a la región portuaria, donde el partido es descripto por pocos como un significante donde se puede desmenuzar todo el funcionamiento y la estructura de su contenido. Lejos de eso, los relatores que desprecian Battle y varios hinchas hogareños, construyen sus relatos como descripciones condimentadas de dichosos gustos artificiales de edulcorantes, en lugar de gustosos azúcares naturales: “Lo que uno valora en los relatores y aún más en los comentaristas es su visión del juego, su claridad conceptual, su versatilidad para entender y explicar la táctica sin regodeos. Y lo que odiamos, en definitiva, son los caprichos, las arbitrariedades, los egos desmedidos, el querer imponer una posición a los gritos, tapando a otro que esté hablando en ese momento”.
Para el hincha televidente tipo no debe ser novedad. Menos si es un nacido/criado en una provincia donde tiene que tolerar la soberbia porteña. Pero lo llamativo de este artículo de Otros Cine es la advertencia de una “radiofonización” dentro de la televisación del fútbol, donde la palabra pretende imponerse por encima de la imagen: “Esa idea tan argentina de hacer radio en TV es ridícula. Nada mejor que escuchar el sonido ambiente y que el narrador no invada todo el tiempo el campo auditivo con insultos, bromas, anécdotas intrascendentes o aliento a los jugadores”.
https://www.youtube.com/watch?v=pt47rX8YZIo
“Laverni, ladrón”: ejemplo de “hacer radio en TV”. Relator: Alberto Raimundi. 2013.
Más allá de que para Battle esto se explica por un exasperante chauvinismo, es notable que el “hacer radio” sea la que pretende empujar la imagen audiovisual dentro del cuadro audiovisual donde transcurren los partidos. Hoy en día, las múltiples plataformas digitales han llevado a una re-discusión sobre la noción de radio en su versión analógica, a tal punto que salen de la cueva experiencias de formatos múltiples bajo el fenómeno “Vorterix”.
Las imágenes-edulcoradas son parte de ese fenómeno del movimiento videoclipero global, donde lo visual se licua y solo se pregona la voz cantada. Pareciera ser ese el propósito de estos comentaristas y relatores, aunque parezca ridículo: la de conseguir un podio en el protagonismo de la pantalla por arriba de los jugadores.
Lo que muestra una pantalla es imagen y sonido. Los mismos no funcionan de manera aislada, sino bajo su correlación recíproca. Si se logra un propósito cinematográfico, el recuerdo de una imagen trae aparejado el recuerdo del respectivo sonido y viceversa. Así sucede con “El Gol del Siglo” a los ingleses en el 86, el mejor ejemplo de cómo un evento futbolístico se torna cinematográfico. Ver a ese joven Maradona recorriendo la media cancha, en un hipotético ambiente sonoro en silencio, inevitablemente lleva nuestra mente a procesar el recuerdo acústico de la voz de Víctor Hugo Morales, relatando palabra por palabra aquel fenómeno deportivo. Y al revés, escuchar ese mismo relato sonoro, nos lleva de forma inevitable a rememorar esa imagen en movimiento.
Hoy en día, los más “aporteñados” relatores, con su estilo radiofónico, pretenden que la palabra sea la tapadera de la propia visualización de partido, frenandola de toda construcción de relato fílmico. Esto quizás pueda deberse a un desesperante nacionalismo berreta como supone Battle. Y más que nada, porque los argentinos seremos artistas más de palabras que de construcciones audiovisuales.
Es así que llegamos a un caso extremo como la corriente “intratable” del pauloviolutismo, donde los cantos de gol aparecen cuando en la pantalla vemos que la pelota ni siquiera entra al arco.