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Rosa Luxemburgo y el pesimismo zoológico

Por Lea Ross

“Mi enfermedad hace que tiemble por cualquier cosa. A veces siento que no soy una persona real, sino un pájaro o un animal en un cuerpo humano deformado. Interiormente, me siento más en casa entre las abejas del jardín o en un prado, que en una conferencia del partido. Puedo confiarte esto sin que sospeches que traiciono al socialismo. Espero morir en el lugar correcto, peleando en la calle o en prisión. Sin embargo, mi ser interior está más cerca del ratón de campo que de los camaradas”.

Rosa Luxemburgo es una película alemana de Margarethe von Trotta, filmada en 1986, sobre algunos trazos de la vida de una de las máximas referentes de la izquierda europea de principios del siglo XX. Las palabras anteriores se explayan en tinta para una carta que la protagonista escribe desde la celda de una prisión hundida por la blanca nieve.

Interpretada por Barbara Sukowa, Rosa es encarnada bajo una delimitación corporal bien euclidiana: la figura del personaje resalta un tórax que emula un cuadrado, atravesando por el resto de su cuerpo con forma de rectángulo. El equilibrio geométrico se deteriora visualmente por la fallida pierna que la obliga trasladarse como puede.

Ese determinismo en la forma del cuerpo queda incluso patentado en sus primeros discursos de la película. Allí, la dirigente logra atraer la atención de los asistentes, aun con su delineación corporal. Incluso una pareja quiere preguntarle si el matrimonio puede ser aceptado como un rito entre jóvenes socialistas o solo es digno de la burguesía.

Es en los momentos en que se esparce el cuco bélico en que la protagonista se descontractura. Con el propósito de evitar que el partido de los socialdemócratas apoye al gobierno para participar de la próspera guerra mundial, la pensadora marxista quebranta sus márgenes invisibles. Exalta sus brazos con sus efusivos discursos anti-militares, moviendo sus hombros hacia los costados. La guerra es siempre engañosa: dividir al proletariado es siempre la tarea del imperialismo. Por eso, hay que poner todas las partes del cuerpo para que las masas lo comprendan.

Solo aquella energía en reposo corporal al recuperar su libertad luego de haber pasado su novena experiencia en prisión, y ya con sus años a cuesta.

Pero quizás sea esa efervescencia de su personaje que Von Trotta encubre su pesimismo sobre la revolución. Porque como sabemos: la guerra ocurrió. Y Rosa será asesinada. La insistente última toma de filmar el arroyo durante varios segundos es una firma de ello.

Pero sobre todo, la película encubre quizás todo aquello que el partido, al no poder encabezar a las masas por su burocracia, que delinea el costado melancólico de la protagonista. Una breve escena entre ella y Leo Jogiches muestra fugazmente la explicitud sobre la prosperidad de una pareja dentro de un proyecto socilaista: no se pueden engendrar hijos, solo ideas. La maternidad es un freno a la revolución.

En una escena más extensa de ambos, donde ella se entera que Leo estuvo con otra mujer en Polonia, pone sobre la mesa algo más que un juego de té: el amor es confundido con el compañerismo. Las relaciones amorosas se estructuran teniendo como base un programa en común. El amor no es más que un espejismo para mantener la subsistencia de un proyecto revolucionario. Las emociones también se burocratizan.

La Rosa de Von Trotta logra satisfacer la saciedad materna con la crianza de una gata. Y quien sabe, quizás también manteniendo relaciones sexuales con el hijo de una amiga.

Y aquí llega lo enigmático de la película. Así como la gata Mimí es el complemento vital para Rosa, frente a una revolución que le rechazó ser madre, son los sucesivos animales que complementan a la propia Rosa. La presencia del cuervo es tanto primaria como notable. Allí, una Rosa Luxemburgo recorre el patio de la prisión en un notorio traje negro, acompañado de la peculiar ave como sacado de un pasaje de Edgar Poe. “No sé por qué existen los pájaros. Pero su existencia es una alegría y un dulce consuelo oír su canto a poca distancia del muro”, menciona a posteriori en la carta.

Los bueyes ensangrentados en sus rostros son observados por la protagonista como sus “hermanos más queridos”. Ultimados por los latigazos de su amo, forzados a seguir tirando el carruaje, donde el único “baño de sangre” que se observa son los que cargan los propios bichos explotados, pero la lucha por su liberación.

Otras especies como el topo (el anhelo a la libertad) o la referencia inicial tanto de los ratones como de las abejas, son una constante sospechosa en esta curiosidad zoológica, frente a un socialismo que todavía no ha llegado. Y que lo único que puede avizorar son la caída de los bloques provenientes del muro de Berlín.

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