Por Lisandro Barrionuevo
En este breve texto, y acompañando el lanzamiento de la columna tecnología, capitalismo y cambio social, vamos a proponernos hacer algo que no hacemos muy seguido: pensar nuestra relación con la tecnología. En general, no tenemos mucho tiempo para pensar, y el poco que tenemos suele estar cautivo de los medios de comunicación hegemónicos. Estos medios no nos ayudan mucho a la tarea que aquí nos proponemos. Generalmente el espacio reservado a la técnica en los programas de radio o televisión, o en las tiradas digitales o impresas de los diarios masivos, suele estar destinada a contar las novedades técnicas. Un nuevo smartphone, alguna nueva app, una nueva funcionalidad en alguna red social, el lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil. La tecnología aparece en los medios como una serie de gadgets, aparatos cuyos modelos cambian al ritmo de la obsolescencia programada, mercancías que debemos poseer para estar cada vez más conectadxs. Casi que para no quedar afuera de la sociedad. Es la cara smart de la “inclusión a través del consumo”.
Para poder pensar algo respecto a nuestra relación con la tecnología debemos dejar de tratarla como una mercancía, debemos despojarnos de verla como algo que podemos consumir o tener. Sin embargo, cuando logramos corrernos de una relación de puro consumo se nos aparecen tres formas de ver a la tecnología que aparentan ser muy diferentes pero que están en realidad muy relacionadas, y de las cuales es necesario alejarnos. Son el tecno-optimismo, el tecno-fatalismo y el tecno-neutralismo. No es nada fácil desprendernos de ellas. Nos disponemos a intentarlo.
La primera, el tecno-optimismo, supone que la tecnología puede venir a solucionar los problemas que como sociedad tenemos. Un ejemplo bien claro es el de la Revolución Verde: en el mundo hay hambre, y como en el mundo hay hambre recurriremos a tecnologías agroindustriales, para producir más comida. Sin embargo, sabemos que el hambre es un problema social, y una solución técnica que no tome como parte del problema a la sociedad que genera a la vez el problema y a la solución técnica, solamente puede generar más riquezas para los dueños de las tierras, las máquinas y patentes genéticas. Bandera del tecno-optimismo de nuestra era es Marcos Peña, quien a comienzos de octubre del 2017 dijo: “Estamos introduciendo un cambio tecnológico, más que ideológico.”
Tras la despolitización que aparenta el tecno-optimismo se esconde una politización de todos los aspectos de la existencia que pone al mundo entero en manos de tecnócratas.
La contracara del tecno-optimismo es la tecnofobia, el tecno-fatalismo. Esta idea supone que la tecnología nos está arruinando la vida. Es muy común que día a día, ante la alienación que produce el sistema capitalista, sintamos que La Tecnología (así con mayúscula y bajo la cual metemos a la mensajería instantánea, los alimentos transgénicos, los envoltorios plásticos y los semáforos) nos está alejando de lo más propio, de lo mas nuestro: “la tecnología nos des-humaniza”.
Ante la hiperconectividad del mundo actual la tecnofobia exacerbada suele encontrarse con sentimientos comunitaristas y primitivistas: lo humano es lo que hemos perdido por la tecnificación de la vida, debemos entonces volver a un pasado que fue mejor y a relaciones a escala local que permiten encuentros cara a cara. Las preguntas que nos debemos hacer ante estas posturas son obvias: ¿cuán pequeña debe ser la comunidad perfecta?, ¿cómo se establece el límite entre interior y exterior?, y, sobretodo, ¿quién queda adentro y quién por afuera?. Sobre el tema que nos convoca aparece una pregunta inquietante: ¿cuán atrás hay que volver?, ¿cuándo dejaría de ser técnica una vida y volvería a ser humana?
Ambas formas de pensar, tecno-optimismo y tecno-fatalismo, se basan en una misma idea, la fantasía del impacto tecnológico. Según esta idea la tecnología es algo externo a la sociedad, que viene desde afuera, como un milagro (para lxs tecno-optimistas) o como un meteorito (para lxs tecno-fatalistas).
Como aparente resolución de la tensión entre optimistas y fatalistas aparece la cuarta posición: el tecno-neutralismo. Esta postura se asienta en pensar a la técnica (solamente) como un medio para un fin. Alejarnos de este planteo es sumamente difícil y requiere un ejercicio constante ya que nos acecha en nuestros gestos más cotidianos: “el celular es una herramienta, depende de cómo la usemos”, “la bomba de fósforo blanco es una herramienta, depende de cómo la usemos”. Este pensamiento es una trampa tan atractiva como peligrosa porque la técnica en sí aparece como ajena a los fines. Por un lado están los fines que les queremos dar a los artefactos, totalmente ajenos a los artefactos, y por otro están las técnicas, totalmente ajenas a los intereses que las diseñaron, construyeron, distribuyeron y accionaron. Y de ahí viene uno de los mitos en nombre del cual se han cometido las peores atrocidades de la historia moderna: la técnica es neutral.
Las técnicas en sí no son ni buenas (como dirían lxs optimistas) ni malas (como dirían lxs fatalistas), pero eso no quiere decir que las técnicas sean neutrales. No hay técnicas neutrales porque las técnicas siempre están mezcladas con nuestras formas de vivir, y las formas de vivir nunca son neutrales, son siempre éticas y políticas.
La tecnología en sí no es ni buena, ni mala, ni neutral simplemente porque no existe tecnología en sí. Optimistas, fatalistas y neutralistas sostienen que sociedad y tecnología son dos cosas separadas, dos entes autónomos que pueden afectarse mutuamente para bien, para mal o dependiendo de la intención. Sin embargo, y aquí clavamos nuestra bandera de posición, es imposible pensar tecnologías sin sociedades y sociedades sin tecnologías.
La vida de las personas siempre existe de acuerdo a un modo, a una forma. La vida siempre se nos presenta como algo social. Comer, reproducirnos, movernos, pelearnos, y un infinito etcétera, ocurren siempre ya involucrados en una serie de memorias, preferencias y gustos. Esa forma de vida que es siempre social, es también siempre técnica. Técnicas de la comida: cocinar con fuego y sartén, condimentar en su justa medida e ingerir mirando televisión o compartiendo con otrxs, etc. Técnicas de reproducción: formas de selección de pareja reproductiva, definiciones de si esa pareja es para toda la vida, una parte o un instante, maneras del encuentro sexual, la intervención de muebles, edificios, lubricantes y/o juguetes, formas de interrumpir un embarazo, etc. Técnicas del movimiento: caminar con zapatillas o descalzx, domesticar un animal y montarlo, conducir un vehículo que fue ensamblado a escala global, circular en una calle asfaltada, respetar un semáforo, distribuir combustible, etc. Técnicas del enfrentamiento: redes de comunicación militar, investigaciones millonarias en armas de destrucción masiva, organizarse para resistir, avanzar y vencer. Y un infinito etcétera.
Nuestras formas de nacer, de crecer, de alimentarnos e incluso de morir tienen siempre ya un estilo. Toda vida es siempre ya una forma de vida, y toda forma de vida siempre involucra técnicas diversas. Es conveniente pensar a la técnica entonces como una casa. Una casa regula nuestra relación con los ciclos del sol, de la lluvia, de los cambios de temperatura. Por un lado potencia el refugio, pero por el otro limita la capacidad de desplazamiento. Propone infraestructuras para dormir, lavar los platos y limpiarse, y esas infraestructuras potencian una manera de hacer las cosas e imposibilitan otras. Las casas de nuestras ciudades actuales no pueden comprenderse sin la manera de vivir, trabajar, las relaciones de propiedad, alquiler, desalojo, etc. Pero a la vez, nuestras maneras de ser, de relacionarnos, de comer y de organizar el tiempo no pueden realizarse sin la red de casas que las materializan.
Toda forma de vida está inmersa en un medio-ambiente técnico, y ningún medio-ambiente técnico puede comprenderse sin las formas de vida que lo crean, lo utilizan, lo sostienen y lo transforman. Nuestras formas de pensar, sentir y hacer no se dan en el vacío, sino que se realizan en un entorno que esas mismas formas han creado a lo largo del tiempo. Las formas de vida sólo pueden ser reales en tanto un medio técnico las realice.
Por más hondo que caven lxs arquéologxs, por más atrás que vayan lxs historiadorxs siempre hay al lado del esqueleto una vasija, una ruta, una lanza, una llama, un tejido, una computadora, un martillo, un lenguaje, una manera de dividir tareas. La técnica, como medio-ambiente, es el conjunto de equipamientos que nos damos para vivir.
Incluso simplificando las cosas podemos decir que cuando mando un mensaje hago uso de un celular que se construyó en algún lejano país donde trabajadorxs ensamblaron partes que se produjeron en países mucho más lejanos. Para esas partes se usaron minerales que requirieron de cruentas guerras para ser extraídos. El mensaje viajará por un sistema de antenas y luego por kilométricos cables de fibra óptica submarina hasta algún datacenter ubicado en Estados Unidos. Después realizará el camino inverso y llegará a otro celular, se activará el whatsapp que traducirá los bits a palabras entendibles por personas que hablan el castellano. En esta pequeña acción cotidiana, que no dura más de unas fracciones de segundos, nos está sugiriendo algo: las técnicas hoy existen conformando redes. Cada vez más gestos, por pequeños que sean, encuentran su soporte en un tejido que es global.
Sí, la técnica es un medio, pero no un medio para un fin, sino un medio-ambiente, una atmósfera, una ecología. En cada acción cotidiana, el mundo entero se ve involucrado. A la vez, cualquier cambio en el mundo moviliza cambios en nuestras acciones.
En este punto debemos ser muy cuidadosxs, al pensar a la técnica como un medio-ambiente no debemos trasladar consignas lavadas del eco-correctismo político actual. No se trata de buscar formas armónicas de relacionarnos con nuestro medio-técnico. Tampoco se trata reducir el pensamiento y la práctica a ver cómo nos adaptamos a los tiempos de las redes o de la manipulación genética. Muy por el contrario, el objetivo de pensar a la tecnología como nuestro medio-ambiente es poder incluirla en el plano estratégico de las luchas por las formas de vida. Las formas de vida no solo batallan entre sí, sino que cada forma de vida es en sí misma el resultado de luchas feroces, a veces silenciosas a veces estridentes. Y las técnicas son fundamentales en los enfrentamientos.
Los reclamos por tierra y vivienda, el acceso al tendido eléctrico, el envenenamiento del agua, el aire y los alimentos para que los terratenientes ganen más, la colocación de cámaras de seguridad, las miles de antenas de celular que inundan ciudades y montañas, son tácticas en las batallas por la manera en que queremos vivir. Las técnicas son modos de ir dándole forma a la vida.
Controlar la técnica es cada vez más controlar el medio donde se realiza la vida colectiva e individual. Y por ello, nuestras disputas por un mundo diferente, por una existencia justa y libre, sin nadie sobre nadie, cada vez más deberán prestar atención a las redes técnicas que nos sujetan pero que también potencian nuestras posibilidades de acción. Todos nuestros esfuerzos de imaginación política deben ser también esfuerzos de imaginación técnica, ahí se juega el futuro de nuestras vidas.