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Charlas en el Monte. Yacanto Dawn: La tierra prometida II

Por Tomás Astelarra

JIPIS HABEMUS TERRENUS. La señal fue esparcida convenientemente. Finalmente convencí una familia, tres jipis solteros y una cineasta. Dos eran familia de sangre (mi hermano Teo y mi hermana Pepa), los otros familia del Camino. Todos formaban parte inestable de la Domingo Quispe Ensamble. Con Pablito y Nati nos habíamos conocido en La Paz y habíamos viajado muchos años por Sudakamérica. Esas convivencias que forjan una amistad a fuerza de todo. Había sacado al Manu en brazos por Vicente López y viajado a Bolivia. A la Mora la curtí menos, pero los dos estallábamos de amor al vernos. “Tíooooooo, tíooooooo”. El Colo y Fede eran amigos de infancia del barrio, en la zona sur de Rosario. Al Colo lo conocí en Buenos Aires haciendo teatro. Era ingeniero informático pero andaba incursionando en el mundo jipi. Tras sendos fracasos en los rubros manager de bandas musicales, productor de obras de teatro y vendedor de empanadas, estaba incursionando en el rubro cosmética natural en paralelo a su actividad como productor y aprendiz de ceremonias de ayahuasca. Fede había vivido en Europa y era profe de educación física. Ya la había politicojipiado. Laburaba con talleres de murga y otros menesteres en los barrios de Rosario con el Frente Popular Darío Santillán y era parte del Movimiento Cajonardi, que tras vender verdura y productos de la economía social, ahora se dedicaba a producir cerveza a través de su marca El Llano.

La semana chanta nos convocó a todos en la Caza Pozo de San Javier, donde también habitaba a esa altura Suipacha Kamacho, mientras lo ayudaba al Jipi Matías a desmontar su terreno en San Javier abajo. Habíamos juntado para una hectárea y tres cuartos, pero justo en la feria la María (matriarca del jipismo en Yacanto Abajo) nos presentó a Gabi, Vani e Inau. Taban buscando tierra. Parecía linda gente. Fuimos todos juntos a ver al Pacheco por dos hectáreas. Entre charlas del Che, el glifosato, el cuidado del monte, volviendo a aclarar que había tenido muchos ofrecimientos de compra, hasta de un tal Wrangler, gringo terrateniente de la zona amigo de Macri y Lewis…Pero él (el Pacheco) no quería vender pa’ sembrar soja o construir cabañas. Que a nosotros sí, porque sabía que íbamos a usar la tierra para construir nuestros ranchos y tener una huerta o gallinas. Buenos vecinos quería.

Nos ofreció una tierra más barata y extensa. Pero no tenía agua y estaba lejos. Fuimos todos amontonados en su viejo Peugeot 504. Dijo que la plata de los terrenos la iba a usar para ir con sus hijos a Machu Pichu. Recorrimos los terrenos linderos al Uli. Desde el camino de tierra hasta el río seco. Monte, sino impenetrable, al menos desorientador. Nos decidimos tras largas deliberaciones por las dos hectáreas que estaban a la mitad. Quedaba una al lado del Ulises y Barbi, y otra lindera al río seco. El San Javier.

Cuando estábamos tomando mate con el Pacheco en lo del Uli celebrando el acuerdo, llegaron Guille y Ana, psicolocos ayahuasqueros, padres de una amiga de Nati. Taban buscando tierra. Preguntaron. El Pacheco dijo que le vendía. Pero mínimo una hectárea. Y que para ellos el precio ya era cincuenta lucas. (Bastante poco pal Renault último modelo que manejaban y las 200 lucas que le había ofrecido una amiga en Villas de las Rosas). Dijeron que sí. Pregunto el Guille por el camino interno. “No se preocupe”, dijo el Pacheco, “yo se los hago con el tractor”. Y además anunció que nos iba a regalar una hectárea para hacer “la plaza de los niños”. Una vez hecho el camino interno, ante nuestro eterno agradecimiento (que empezaba a ser constante), el Negro pidió solo un favorcito: “Me gustaría que la calle se llame Ernesto Che Guevara”.

Al rato cayó un amigo de Ulises de Tandil, y otro de Luján, y el papá del Fede, y una pareja de Buenos Aires que ya vivían por los pagos, Martín y Sofi, con otra pareja más, Diego y Ale, y un solterito, Catriel. El Rodo, palito bombón pelado. Unas maestras de La Plata, una chica peruana, un gringo de nombre York, una amigo de teatro del Colo, una amiga de Pepa, y seguro, siempre preso, alguien se pierde en la cartografía no trazada de Yacanto Dawn.

Después el Colo le vendió a Juancito, Graciela y Pini. Mateo le vendió a Guille y Gabi (rosarinos, del Movimiento Cajonardi y el Oso Kofan Tour). Después de un par de vericuetos legales y tramoyas políticas, el Jipi Matías terminó con la Belén, Nuri e Inti a unos veinte minutos de caminata por el monte. Vecinos honorarios. Igual que el Kamacho. Y Carlitos y María. Uli, Barbi, León, Salvador, Gabi, Vani, Inau, Martín, Sofía, Clarita, Fidel, Juan, Graciela, Pini, Santi, Juli y esa criatura que por reciente no puedo recordar su nombre, ya tienen casita y viven ahí. El Fede arrancó con el rancho pero después se fue a visitar a la Potona a Andalucía y se quedaron allá. Hace poco vinieron a visitarnos con Azul y le pusieron techo a la construcción. Yo vivo eternamente en una ranchada o tatusera mientras hago lentooooo mi rancho. Ana y Guille se hicieron una casa y vienen de vez en cuando. A veces vienen sus hijos. También hicieron alambrado (gran controversia barrial) También tenemos el Paraíso de Maxi o Artur Paradise, una cabaña que hizo el Arturo (el papá de Fede, en realidad la cabaña se la hicieron Guille, Fede, Lucho, Santi, Gabi, Vani y un par más) y donde a veces vienen ellos, a veces turistas, otras nuestros familiares o amigas, otra nos refugiamos nosotros, a veces hostel, a veces camping. El conserje: el gran Jipi Matías.

Y así avanza lento el barrio, con algunos hitos como el 1 de Mayo en lo del Negro Pacheco o fin de año o día de la madre en lo de Tere, unas cuatro asambleas dispersas, algunas mingas, herramientas que van y vienen, entredichos, peleas y festejos, organizarnos pa’ traer el agua y hacer un puente, pa’ ver qué hacer con las vacas come huertas, árboles y plantas de marihuana (por suerte el Pacheco una vez más, como buen benefactor puso un alambrado al fondo), y bueno, así sin querer, como colonizadores de un nuevo territorio, como herederos de nuestros pasados mutantes, como esperanzadores forjadores de un mundo nuevo que cuesta llegar. Así, sin querer, se creó Yacanto Dawn. A veces se nos da por pensar que es un proyecto del Pacheco, que vendría a ser una especie de dios paisano, que juntó a todos estos locos y locas a ver qué pasaba. Que todavía se ríe de nuestros problemas, esfuerzos, fracasos, alegrías, intentos, nuestra incapacidad mutante de ponernos de acuerdo, aunque sea pa’ terminar los arcos de fútbol. Pero todavía hay proyectos: una huerta comunitaria, una panadería comunitaria, la bendita plaza de niños, el cartel que da nombre a la calle, invitar al Pacheco y la Tere a un asadazo, el Tupinambur Fest y la murga: Los mogólicos de Yacanto. Advertencia: Estas charlas son ficción. Ciencia Ficción Jipi Ilustración: Nicolás Masllorens "El dibiajante"

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