Historias de mujeres militantes.
Conversación en la emisión radial de La luna con gatillo con Verónica Gelman, integrante de radio El Grito de Traslasierra, Córdoba.
¿Como es tu experiencia en radio El Grito no siendo originaria del valle de Traslasierra? ¿Hace cuánto que estás y cómo empezaste a vincularte a estas experiencias?
Estoy en el valle de Traslasierra hace algo más de dos años, soy nacida en Buenos Aires y (como mucha otra gente) pude tomar la decisión de dejar una ciudad que supuestamente tiene todo para vivir bien, pero que nos damos cuenta que no es así. Ese fue mi caso hace ya muchos años cuando salí primero a viajar, a recorrer viviendo de forma nómade mucho tiempo y llegué a Traslasierra (al pueblo de San Javier) por una red afectiva, vinculada a gente querida de diferentes ámbitos, y a la FLIA (Feria del libro independiente y alternativa) que era algo que ya venía conmigo. Así fue que llegué a hacer libros, venía de Santiago del Estero dónde ya hacía radio en un programa ambientalista que se llamaba La voz de la Pacha. Lo primero que hice fue empezar a hacer libros y sumarme a la radio El Grito, que abre sus puertas periódicamente a quienes se quieren acercar, que funciona en la casa comunitaria La Ronca dónde además funciona la editorial independiente Tierra del Sur, la panadería-cooperativa Los Hornitos y la fábrica de galletitas integrales, también cooperativa, El Faro.
¿Qué descubriste en radio El Grito y todo ese espacio cultural? ¿Qué es lo que te llamó a encontrar allí un lugar?
En el lugar hay un modo de hacer colectivo bastante diverso, con un acuerdo muy fuerte que tenemos, que se trata de poder cuestionar todo y tratar que, efectivamente, todas las voces puedan tener una presencia (quizá no sucede, pero la apertura existe) para que El Grito funcione realmente como radio comunitaria. Incluso donde puedan venir las "doñas" de la parroquia a pasar un aviso o alguien a hacer un programa de metal, otro de rock en inglés, etc. y que tenga su lugar. Eso a mí me hizo sentir muy cómoda ya que se trata de un colectivo chico, en un momento de bastante crecimiento; y el placer de hacer radio, que es increíble.
¿Ves conexiones entre lo que encontraste en La Ronca y radio El Grito con experiencias anteriores que hayas visitado o que hayas formado parte? ¿Ves alguna continuidad o es algo nuevo que descubriste ahí?
Hay una continuidad. Yo venía de Santiago del Estero, de participar en un programa que también era un colectivo de comunicación que soñaba con ser una radio y acá se cumplió. Y también esa vinculación autogestiva que ya venía trayendo de la FLIA; La Ronca es un espacio que busca ser eso. En mi vida significa una referencia política y social, donde el zapatismo es muy fuerte con esta idea de construir un espacio de formación y trabajo integrado, donde podamos formarnos en oficios, en pensamientos y la vez tener algún tipo de sustento con un gran trabajo comunitario. Además El Grito surgió, en gran medida, de la lucha anti-minera (hace diez años con el No a la mina de Uranio) y esa impronta junto a la presencia de la memoria histórica también es una continuidad en mi vida.
Algo sobre lo que otras veces hemos hablado con Tomás Astelarra (compañero también de Traslasierra de radio El Grito y casa La Ronca) es de esa especie de mixtura que se da entre los paisanos, los hippies y los anarquistas, en un lugar chico como Traslasierra que a la vez es como una gran casa. ¿Cómo se viven esas tensiones?
Claro, no es armónico, hay muchas tensiones. A mí me llamó mucho la atención, sobre todo cuando recién llegué, que fuera tan fuerte y que estuviese tan presente esa diferencia entre las personas si una es "venida" o es "nacida". En ningún otro lugar donde he vivido lo sentí tanto. Yo me autodefino hippie y también me han definido así (muchas veces) desde afuera, nunca en relación a de dónde venía, siempre más ligado a un estilo de vestir o a unas prácticas de vida. A ciertas tensiones a mí me ayuda mirarlas históricamente, no sólo en lo que vivo cotidianamente en nuestra experiencia, ya que tienen que ver con un modo de migración. Porque en realidad el valle de Traslasierra (como tantas otras) es una zona migrante donde, históricamente, han recibido migración inglesa en la época de los ferrocarriles y de otras zonas del país con el desarrollo agrícola y turístico. También ha emigrado gente, como de todo el interior, a la ciudad de Córdoba y otras ciudades grandes, por lo que no es algo ajeno, no se trata de un fenómeno reciente. Sí es muy distinto que alguien del interior de Córdoba vaya a Buenos Aires a buscar trabajo por necesidad o a buscar una calidad de vida que siente necesaria y que no consigue, a que alguien que tiene todas las posibilidades de elegir se venga de Buenos Aires a vivir a las sierras. Creo que eso marca la tensión, esa sensación de una especie de colonización que a veces tiene la gente paisana, de sentirse invadida en su modo de vida con gente que viene de afuera que ni les mira, que cuestiona su forma de alimentarse, las cosas que hace y con quienes no se puede relacionar. Por otro lado, a la gente del lugar que viene manteniendo mucho poder, le cuesta que venga gente de otro lugar a mover socialmente cosas que cuestiona esos poderes establecidos y en ese sentido se vuelve una mixtura bien interesante, sobre todo, en el caso en que la gente que viene llega diciendo que lo que allí se está estableciendo como el progreso y la buena vida, una lo tenía como posibilidad y eligió no vivirlo. No es tan buena vida tener un trabajo estable precarizado, tener asfalto por todos lados y un auto. Hay muchas cosas que en los pueblos se asumen como el progreso porque en la escuela nos enseñan que en las ciudades, en el mercado de trabajo y en ciertos consumos super industrializados, es donde está la buena vida y que muchos estemos yendo a decirles que no lo queremos más, es lo que genera un sacudón que nadie entiende.
El poder político local tampoco lo entiende y de hecho han tenido un conflicto recientemente...
Exacto, ese es un ejemplo. De todos modos, no todo el poder político local ya que en el departamento San Javier todas las intendencias (menos una) son de la misma fuerza política y tienen formas muy distintas de lidiar con estas tensiones. En Las Rosas, que es donde tuvimos el conflicto con la feria, la reacción fue catalogar nuestra vida hippie como un plan de lucha que cuestiona todo, que quiere las decisiones tomadas por una asamblea y que discute el progreso, poniéndonos en el lugar de una fuerza política cuando nosotros no nos reconocemos ni creemos estar buscándolo. Pero sí es cierto que estamos planteando un modo de vida que genera una oposición a la línea política que se está queriendo tener. En otros lados, como en Nono o en San Javier, lo que hacen los intendentes es buscar integrar a ese desafío que genera ese modo de vida hippie tan diferente, que no quiere acceder a comprar coca cola ni azúcar blanca.
Deberíamos aclarar que, desde mi lado (y ojalá el de toda la gente que toma la decisión de mudarse a Traslasierra), la primer regla (si es que las hubiese) sería la humildad, ya que igual que a mí no me gusta que me vengan a decir si tengo que querer o no el asfalto, si tengo que vestirme de tal manera, qué música tengo que escuchar o si me tengo que depilar; tampoco yo tengo que ir a decirle a mi vecina que deje de comer azúcar blanca o que está mal como cría a sus hijos o a sus hijas. Descartar esa imposición de que uno tiene "la posta" y le viene a decir a la gente que tiene que cuidar el monte cuando elegí venir a vivir a un lugar donde la gente ya cuidó el monte muchos siglos.
De monte a monte, contanos tu tránsito por Santiago del Estero. ¿Con quiénes te topaste? ¿Qué experiencias has tenido?
Estuve alrededor de seis años en la capital de Santiago del Estero, viajando mucho al campo. De hecho, la experiencia fue muy campesina porque la provincia tiene esa característica. Incluso en la misma ciudad hay una presencia del modo de vida campesino, como lo llaman los y las cumpas del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), que se refleja en tomar mate con la mesita afuera de la casa, la tortilla y la recolección de frutos del monte. Yo llegue a Santiago a trabajar en una ONG que se llama FUNDAPAZ (Fundación para el desarrollo en justicia y paz), con familias campesinas y fue un muy buen trabajo en cuanto que me permitió conocer mucho del campo santiagueño y sobre todo el encuentro con la apicultura que es algo que me encanta. El trabajo en una ONG es muy difícil, pero me aportó un rango de comparación ya que conocí lo que es el trabajo en una ONG con familias semi organizadas y enseguida que llegué también me vinculé con el MOCASE vía campesina, que ya conocía como una organización social muy potente del país que para esa época (2009) estaba por cumplir sus primeros 20 años. El MOCASE es el primer movimiento agrario que se nombra campesino en la historia del país (antes hubo otras experiencias como las ligas agrarias) y tiene dos vertientes: el MOCASE histórico y el MOCASE vía campesina, la diferencia está principalmente en su modo de organización, siendo el histórico de una estructura más vertical y la vía campesina más horizontal y con un trabajo por áreas. El MOCASE tiene un Fondo rotatorio caprino (que fue una de las primeras cosas que inició) al que acceden las mujeres de la familia y que fue un modo de tratar de promover la participación de las mismas, en el que reciben cabras y cuando las multiplican las pasan. Esto ha funcionado por veinte años seguidos y en la ONG en donde trabajaba cada tres años había nuevos fondos rotatorios porque se caían, la gente no pagaba sus créditos, etc.
Retomando lo que comentabas en relación a tu experiencia en Traslasierra, estuve en 2004 en la central de Quimilí para conocer la experiencia del Movimiento de los trabajadores rurales sin tierra, y también noté ese cruce interesante entre aquellos "nacidos y criados" en el monte de la provincia de Santiago del Estero y aquellos llegados desde afuera. Esa mixtura que de algún modo también es la mixtura del grupo del sub comandante Marcos y las bases indígenas mexicanas y que, a la vez, es algo que se da en muchos lugares latinoamericanos...
Que enriquece. En el ámbito campesino se les llama técnicos, no se les llama hippies ni "venidos" y para mí, algo que ha logrado en gran medida el MOCASE, es justamente integrar a esa gente de afuera conteniendo el apuro que a veces traemos quienes crecimos en un entorno urbano, de no saber mirar, el creer que hay un único modo de hacer que es el que aprendimos, sin pensar que hay otro que es igual de bueno. Esa integración generó que la gente que viene de Buenos Aires use su prepotencia porteña bien usada, como empuje y forma de contención a personas que se acercan un poco avasalladoramente y como forma de lidiar con empresarios en los conflictos de tierra, pero dejando que la base campesina de las comunidades marque su ritmo en las discusiones y ese modo de vida de estos miles de familias de distintas zonas. En lo particular no me sumé al movimiento orgánicamente ni en rol de técnica ni soy campesina, pero sí me acerqué a un espacio que existe hace once años que es el grupo de memoria histórica del MOCASE vía campesina. Este espacio se formó porque en esta relación entre el mundo campesino, las organizaciones sociales y las instituciones, sobre todo académicas, la historia del movimiento siempre se contaba de afuera y el modo en que se contaba difería del que relataban sus integrantes. Entonces quisieron contar su propia historia, a su manera y recuperar su memoria histórica, que es diferente a la historia oficial, donde se cuenta que había un cura que vio que la gente estaba pasándola mal y dijo que se tenían que organizar entonces pidió ayuda a una ONG y a gente de la universidad y así nació. Cuando la gente del campo comienza a contar su propia historia pone énfasis en otras cosas, sobre todo no la cuenta desde la mirada externa, sino que cuenta como se empezaron a organizar esas familias, esas comunidades y como la llegada de una persona, que no era de la comunidad, puede haber ayudado o no.
En este itinerario biográfico de monte en monte, de ciudad en ciudad, de ciudad a monte y de monte a ciudad, también anduviste por otros pagos latinoamericanos...
Cuando me fui de Buenos Aires, me fui principalmente con ganas de viajar por Latinoamérica. El viaje se convirtió en una vida nómade de aproximadamente tres años, moviéndome bastante y permaneciendo algunos meses en cada país entre Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y después me quedé dos años en Guatemala y unos meses más en El Salvador. En el medio estuve un año en Buenos Aires y de ahí me fui a Guatemala donde trabajé en un hostal, sumándome a un proyecto de educación rural que el hostal hacía a modo de devolución para con la sociedad. Antes de llegar a Guatemala pasé por México y allí conocí las comunidades zapatistas. Fue todo muy intenso.
¿Cómo fue ese salto de tu vida en Buenos Aires a habitar comunidades mucho más pequeñas con dinámicas y lógicas comunitarias diferentes? ¿Cómo fue aprender a vincularse, a tejer otras redes? ¿Cómo te viste involucrada en esos distintos escenarios con esta pluralidad latinoamericana?
Es un cambio que sigue siendo, que nunca se termina de construir. Lo primero que me pasó fue esa necesidad de compartir con esas otras realidades tan distintas que me alucinaban. Se trata de un fuerte trabajo de deconstrucción de mi modo de mirar aprendido, creyéndolo el único valido y común a los demás. Y también el nomadismo, que te hace entender que cuantas menos cosas lleves encima mejor es, contrario a la acumulación a la que nos lleva la vida convencional de casa, trabajo y plata. Incluso si algo se pierde, se pierde, entonces también se ejercita el despojo. Una parte re dura es el desarraigo afectivo que fue lo que más me pesó y más me hizo querer dejar el nomadismo. Y por supuesto, el aprendizaje que te dejan las otras personas, por ejemplo, hacer más silencio en las conversaciones para respetar otros tiempos y así poder conocer y compartir con gente que de otra manera hubiese pensado que no me llegaría a entender. En un plano más político: el aprendizaje de lo indígena campesino en el mundo, sin romantizar; sus modos de hacer muy diferentes y cómo son los pueblos que viven en su territorio ancestral, pero con un idioma impuesto, por lo cual van más lento por la vida. Otro gran aprendizaje fue el feminismo, que lo encontré en Centroamérica con ex guerrilleras que eran unas increíbles mujeres luchadoras. Sentí principalmente que el feminismo me habilitó un espacio de encuentro muy fuerte con mujeres muy diversas y que me sigue permitiendo relacionarme en esta diversidad porque sé que a todas en algún momento nos dijeron que lo que hacíamos estaba mal, siendo este un lugar de encuentro de sororidad sin volvernos juezas de deconstrucción de las demás personas.