Por Lea Ross
Se estrenó en la primera semana de abril de 1968. Pasó 50 años. Es la película que más guiños y homenajes recibió en toda la tira de Los Simpsons. Sus tremendas secuencias llevaron a sospechar que su director fue el encargado artístico de la puesta en escena de Neil Armstrong en la Luna un año después. Hasta hoy sigue influyendo y “craneando” las cabezas de distintas generaciones del arte audiovisual. Es uno de los mayores eventos fílmicos en la historia de la ciencia ficción. Un Big Bang cinematográfico.
2001: Odisea del espacio. Dirigida por Stanley Kubrick e inspirado en un cuento de Arthur Clarke, quien participó en el guión, parece una gran paradoja. Es una obra confinada en una nebulosa por su curiosa trama, con una densidad incompatible a la cultura youtuber, pero con secuencias que todavía logran fascinar los ojos y los oídos de cualquier ser humano más allá de su temporalidad.
De “El Amanecer del Hombre” a “Júpiter y más allá del infinito”, la película indaga la interminable relación entre el ser humano y la técnica. La obra está hecha con manos inglesas y estadounidenses, pero con la perspectiva de un alemán. La famosa elipsis temporal de la película es la más memorable de la historia del cine, por la simple razón de que es la más amplia de todas: salta millones de años desde aquellos primates que logran ser hábiles en el manejo de un hueso como arma de combate y cacería hasta la repentina aparición de un artefacto aeroespacial. El humano es un eterno viajante hacia un rumbo con confines desconocidos.
La Palabra es efímera en la película. Las primeras voces aparecen luego de la primera media hora: “Aquí es señor, piso principal”. Y las últimas se cortan previo a la última media hora. Y es que la trama arquitectónica de 2001 no fue atraída por sus líneas de diálogos o esquemáticas secuencias enmarañadas. La palabra cumple un rol fundamental en la industria hollywoodense. Pero la descentralización de la palabra que lleva una película como la de Kubrick empuja una mayor incertidumbre y quizás una posible democratización en su proceso de decodificación. La tiranía unidireccional de la palabra se derrumba. Eso es lo que lo diferencia a otras odiseas del espacio como Interstellar, Mr. Nobody y, en menor medida, Gravedad.
La banda de sonido se conforma en una suerte de cuasi dialéctica. El danubio azul, la famosa pieza musical de Johann Strauss, aparece en los grandes planos generales de las estaciones espaciales en pleno recorrido por el espacio, mientras algunas de ellas rotan sus piezas de manera centrífuga. El vals continúa con las filmaciones de sus interiores, ente ellas el registro de una lapicera flotando adentro de un transbordador. La apacible melodía acompaña aquellos caminos por el espacio ya recorridos por el ser humano. El humano ya transita las rutas que lo lleva a la Luna, los conoce y no hay nada que temer. Solo están los pilotos y las azafatas trabajando, mientras los tripulantes duermen, comen o temen de mandarse alguna cagada en el inodoro a prueba de gravedad cero. Es lo conocido, lo estudiado, lo conquistado desde una mirada eurocéntrica. Es la tesis.
Todo lo contrario al modernismo de Gyorgi Ligeti: unas estremecedoras composiciones que se elevan con la presencia de alaridos y susurros, que elevan la adrenalina y el escalofrió. La música de Ligeti aparece en los momentos de incertidumbre: la aparición del extraño monolito en la Tierra, en la Luna y en la órbita de Júpiter. Aquí no hay marco teórico que cobije la ignorancia. Al igual que el viaje al infinito. El terror es aquello que desconocemos. Es ahí donde se nos pone a prueba. Se confronta. Aparece la anti-tesis.
Y finalmente, la síntesis es la más conocida, la composición de Richard Strauss con el nombre de Así hablaba Zaratustra. Luego de la confrontación, hay una revelación. Del salto biológico y mecánico, nace un nuevo estadio. El nuevo ser aproximándose a la atmósfera de la Tierra. ¿Se trata del Übermensch? ¿El superhombre que decía Nietzsche? Solo Zaratustra lo sabrá.
Escucha la melodía Así hablaba Zaratrusta, de R. Strauss:
Resulta curioso que 2001: Odisea del espacio sea la película intermedia entre Dr. Insólito y La naranja mecánica, dos películas distópicas de Stanley Kubrick donde la humanidad lidia entre la aniquilación nuclear por su obsesionada tecnificación y la imposibilidad de eliminar la violencia por ser un instinto animal (cuando la banda de Alex de Large ataca a un vagabundo, este se queja que existan vuelos a la Luna mientras que nuestro mundo se cae a pedazos). Quizás para Kubrick, la insistencia de mantener una estructura tan destructiva como la que nos rige es lo que impide la búsqueda del conocimiento como acto libertario. Mantener confinada las bombas en una guerra fría o reprimir la saciedad asesina de los individuos es llevar a la razón misma en un viaje macabro y mortal. Ser un visionario es tomar la decisión de atravesar lo conocido y ser un advertido que en el más allá el recorrido es infinito. Y hacia allá vamos.
Para ver 2001: Odisea del espacio en Vimeo, aquí: https://vimeo.com/227985648