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Fogwill-Rozitchner (o acerca de los modos críticos de abordar la guerra de Malvinas)

Por Mariano Pacheco

En sus Tesis sobre el concepto de Historia, Walter Benjamin insiste en que es tarea del historiador materialista cepillar la historia a contrapelo. Allí recuerda que no hay documento de cultura que no sea a su vez un documento de barbarie. Y también: que es en los antepasados esclavizados en donde la clase trabajadora debe buscar imágenes para nutrir su fuerza espiritual para las luchas actuales y por venir. ¿Qué pasa con Malvinas? Desde el momento mismo del inicio de la guerra, hubo pensadores, artistas y escritores argentinos que problematizaron el fervor de patriotismo con que sectores importantes del pueblo argentino se manifestaron (a través de textos, obras y en las calles) en apoyo a la gesta que incluía a verdugos y oprimidos en el mismo bando contra el invasor.

En el plano musical, Virus y Los violadores fueron la excepción a la regla. En literatura y filosofía, Fogwill y León Rozitchner.


Trincheras pobladas por cabecitas negra

Los Pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea fue escrita por Quique Fogwill de un tirón, en pocos días, mientras se desarrollaba la guerra de Malvinas. Para cuando se iniciaron los enfrentamientos bélicos entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en 1982, las Islas Malvinas contaban con alrededor de 1.800 habitantes trasplantados por Inglaterra a esta parte del sur del mundo. Llevaban ya 149 años ocupando las islas, luego de que la población argentina en Malvinas, con su gobernador y comandante militar incluidos, fueran obligados a abandonar las islas en 1833; y casi una década y media jaqueando las negociaciones internacionales, renunciando a las resoluciones de las Naciones Unidas, que insistían en que Gran Bretaña accediera a una solución pacífica del conflicto. De allí el fundamento básico para que Argentina reclamara justamente sobre la soberanía en torno a Malvinas, ya que la usurpación no puede ser nunca fuente de derecho.

El gran tema del momento es que la guerra estaba siendo en su momento declarada por un gobierno ilegítimo, que había llevado adelante la dictadura más cruenta conocida por el pueblo argentino desde la fundación de la patria. Desde la literatura, quien supo captar y problematizar sobre el asunto fue Fogwill, un escritor a quien no le interesaba andar diciendo cosas que no molestaran a nadie.

Los Pichis, los protagonistas de esta novela, son los que habitan la pichicera, ese espacio construido en dos semanas, cuando ya los muertos eran llamados “helados” y “fríos” los que habían sido heridos. Cuando algunos se habían cansado de que les dieran la comida fría (para ahorrarse carbón), y otros ya se había vuelto medio locos. Le pusieron Pichicera por los pichis, esos bichos que viven de noche, bajo tierra, y que hacen cuevas. La pichicera tiene la particularidad de ser una trinchera situada a mitad de camino. En ella no hay batalla o combate directo, tan sólo lucha por la subsistencia. Así, rechazados por los británicos, dados por muertos, presos del enemigo o “desaparecidos” por los argentinos, los pichis se la van rebuscando para sustraerse del enfrentamiento, porque bien saben que, de volver, serán arrojados hacia el campo de batalla, es decir, los mandarán al matadero. Los pichiciegos se constituye así en un libro polémico, que no busca encajar en las narraciones típicas y políticamente correctas. Partiendo del fuerte imaginario que hace hincapié en la cuestión nacional, cuestiona cierta lógica de homogeniedad típica de identidad. Porque los pichis no son un desprendimiento de las tropas argentinas que continúan hostigando al enemigo desde otro sitio (una suerte de guerra de guerrillas), pero tampoco traicionan plenamente a su propia fuerza y se incorporan al otro ejército (si traicionan es sólo en función de sus propios intereses, para garantizar su subsistencia). Entonces, ¿cuáles son sus enemigos? ¿Los británicos o los argentinos? En todo caso, tanto unos como otros: cualquiera que se oponga a su persistencia en el tiempo que dure la guerra. Porque los Pichis se mantienen desplazados del teatro de operaciones donde las fuerzas en pugna se enfrentan y abren un espacio en el tiempo durante el cual se prolongue el enfrentamiento. En ellos no hay causa nacional. Porque la suya “es una guerra sin línea de batalla, sin enfrentamiento y retaguardia… sin batalla”, como han señalado Gilles Deleuze y Félix Guattari a propósito del Gó, un juego que es “pura estrategia…”. En este caso: simple lógica de supervivencia.

Si para la identidad nacional de los militares las lógicas jerárquicas de la forma-Estado son fundamentales, en cambio, para los Pichis, la jefatura recae en un grupo de cuatro o cinco (a quienes denominan Los Reyes Magos), que no son más que sus pares en esa penumbra que les toca vivir. No son un aparato especializado de poder. Tampoco tienen, los Pichis –como sí tiene una identidad sólida– ni una historia común, ni un mito de origen. Tampoco una proyección futura. Duran lo que dure esa guerra. Y es todo. También por la parodia se cuestiona en esta narración la identidad nacional. Si hasta Gardel –símbolo por excelencia de la argentinidad– es cuestionado en este libro. Él también era un Pichi, dicen. “Un pichicatero”. Gardel: francés, o uruguayo o argentino. No importa. Como tampoco importa la marca de los cigarrillos. Se fuman ingleses o franceses. O argentinos. De allí que Beatriz Sarlo remarque la paradoja de esta guerra, que se hizo para fortalecer una identidad sostenida en la unidad nacional, y finalmente, el accionar del Ejército Argentino no hizo más que debilitar, disolver lo nacional como identidad. Paradoja que se produce, también, porque el Ejército Argentino es una fuerza que se ha formado y se ha definido –siguiendo las reflexiones de Rozitchner– en los límites que el propio enemigo le proporcionó, como ya veremos más adelante. Los Pichis, en este sentido, son un claro ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento del relato, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta salta a la vista: porque el Ejército Argentino, desde Caseros en adelante, se convirtió en el ejército de una clase (de la oligarquía), con un discurso que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera.

Es por esto, también, que en este libro se puede leer a la guerra de Malvinas en clave de farsa. Porque no se sostuvo ni siquiera desde las categorías clásicas de la guerra. Porque se pensó a la guerra real en términos de “representación” de guerra. Cuando se planteó la batalla en términos de “recuperación” del territorio: ¿se pensó en la respuesta a esa recuperación? ¿Se pensó en los factores favorables y desfavorables? O para decirlo en términos de Mao Tse Tung: ¿no se pensó en que una ofensiva táctica no cambiaría mágicamente las relaciones de fuerzas?


Guerra sucia en la guerra limpia

El ya señalado legítimo derecho de Argentinas sobre Malvinas sumado al apoyo generalizado de los países Latinoamericanos y el importante sentimiento nacional-antimperialista enraizado en amplios sectores de nuestra población, llevaron a un sector de la izquierda de nuestro país a apoyar el desembarco militar argentino en las Islas. Uno de esos apoyos fue expresado por una solicitada titulada “Por la soberanía argentina en Malvinas: por la soberanía popular en la Argentina”, firmada por 25 intelectuales integrantes del Grupo de Discusión Socialista (GDS), entre los que se encontraban José Nun y Sergio Bufano, Emilio de Ípola y Néstor García Canclini, José Aricó y Juan Carlos Portantiero. El 10 de mayo, desde su exilio en México D.F, emitieron su apoyo al intento de recuperación de las Malvinas.

Los fundamentos del GDS giran en torno al apoyo de los países no alineados, y fundamentalmente, de los gobiernos de Cuba y Nicaragua, y el de una de las más poderosos fuerzas beligerantes del continente: El Frente Farabundo Martí, de El Salvador. Estos apoyos, sumado al hecho de que para Estados Unidos “la única opción lógica” era apoyar a Inglaterra, colocaban al accionar de las Fuerzas Armadas Argentinas en un nuevo contexto de sentidos. Así, colocada la lucha por la recuperación de las Malvinas en el campo de las luchas antimperialistas, no quedaba espacio para las dudas, puesto que se enfrentaba al conglomerado de intereses colonialistas de dos grandes potencias mundiales, entonces dirigidas por gobiernos ultraconservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Intereses no sólo económicos (recursos petroleros, fabulosas riquezas en nódulos minerales y otras fuentes proteínicas claves para el futuro), sino también por su lugar clave en la geopolítica mundial (recordemos que entonces todavía se mantenían en pie los intentos de constituir gobiernos de nuevo tipo en Centroamérica, alineados con Cuba y Nicaragua, y el Bloque Socialista como contrapartida al modelo del capitalismo).

La tesis del GDS es sencilla: si la lucha por la soberanía argentina sobre Malvinas abre la posibilidad de una lucha popular al interior del país, hay que apoyarla, porque su contracara es que la pérdida de soberanía abre las puertas a la consolidación a largo plazo de un dominio imperialista sobre un área estratégica, tanto para Estados Unidos como para Inglaterra. De triunfar argentina, sostuvieron entonces, ganarían las fuerzas progresistas; de perder, la derrota era para la nación en su conjunto. Por supuesto, esto no quitaba denunciar a la dictadura. De allí que escribieron: “Reivindicar en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre Malvinas no implica, como lo quieren algunos y en primer lugar el propio gobierno, echar un manto de olvido sobre su política desde 1976 hasta el presente. Por el contrario, para dar su sentido cabal a esa justa reivindicación se requiere como condición indispensable, asumir una posición resuelta y clara en repudio a dicha política”.

Tal vez el doble comportamiento de los altos mandos militares argentinos en Malvinas eche por la borda estos fundamentos. Los testimonios de los soldados argentinos torturados y maltratados, “estaqueados” por sus superiores, junto con la foto de Alfredo Astiz rindiéndose ante las tropas británicas, sin disparar un tiro, sean la condensación de un drama que un sector de la izquierda, sea por seguidismo de masas o por ingenuidad, no pudieron procesar en su momento. Y que en muchos casos, parecen no estar dispuestos a mirar retrospectivamente de un modo autocrítico.

Quien sí salió al cruce de estos planteos, en el mismo momento de los hechos, fue León Rozitchner, quien escribió desde Caracas un lúcido ensayo -editado en formato libro en 1985 por Centro Editor de América Latina- titulado Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política. El texto circulará por las redes de exiliados como un baldazo de agua fría, señalando aquellos puntos que entonces, en un contexto de realzamiento del patriotismo, nadie parecía muy dispuesto a cuestionar.

Rozitchner denuncia en su escrito que ese realzamiento del patriotismo por parte de las FF.AA no buscaba otra cosa más que limpiarse el rostro, simulando participar de una guerra limpia luego de años de desarrollar puertas adentro la guerra sucia (“guerra que prolongó el horror del genocidio en el envío de cientos de adolescentes a la muerte”). Por eso en 2005, al reeditar el libro, el legendario integrante del grupo Contorno va a subrayar que Malvinas es todavía una cuenta pendiente; porque es –dice– entre muchos otros, uno de esos eslabones que atenacea el secreto político de una cadena férrea de ocultamientos y engaños que ciñe el cuerpo despedazado y tumefacto a que ha quedado reducido esto que llamamos patria.

Sus reflexiones son agudas e inquietantes: el Ejército Argentino –sostiene– fue una fuerza que se ha formado y se ha definido en los límites que el propio enemigo le proporcionó. Si hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra. En este sentido, las Fuerzas Armadas Argentinas se constituyeron como fuerza de ocupación –antinacional– en el propio territorio, buscando implantar por la fuerza, en el propio país, la dominación que permitiera el despojo de sus habitantes, sobre todo de sus clases populares. De allí que resultara absurdo que después se pretendiera, en nombre de la unidad nacional, que esos mismos sectores pelearan junto a sus opresores.

Rozitchner ataca el argumento de que el enfrentamiento interno con la Junta pase a ser de carácter secundario, en el marco de un enfrentamiento más amplio con los “enemigos principales”, a saber, los imperialistas yanquis y británicos. De allí que sostenga que el éxito del poder militar del ejército de ocupación argentino significaba la derrota del poder –moral y político, económico– del pueblo argentino. Ahora bien, esta posición, ¿coloca necesariamente a quienes no desean el triunfo de la Junta en Malvinas junto al bando imperialista? No, sostiene Rozitchne

r, porque no había ninguna posibilidad de vencer en esta guerra ni “recuperar” ninguna isla contra nuestros enemigos externos, hasta tanto no hubiéramos recuperado previamente nuestro propio territorio nacional de nuestro enemigo principal: las fuerzas armadas de ocupación. Esas que fueron a Malvinas en un “como si” de guerra, puesto que no se tuvieron en cuenta ninguno de los principios básicos del enfrentamiento bélico, como por ejemplo, que a todo ataque, a toda ofensiva, le corresponde un golpe del otro bando. Una guerra fantaseada, en donde se ataca sin sufrir las consecuencias.

Queda claro que Rozitchner interpela, que pone el dedo en la galla. Y digo pone, y no puso, porque sus reflexiones de ayer no han quedado en el pasado, sino que continúan operando en el presente, como aquel trauma que retorna como síntoma podríamos decir, parafraseando a Sigmund Freud, pero ya no sobre el cuerpo singular de una existencia, sino sobre el cuerpo colectivo de la Nación. Porque interrogarse sobre el activo apoyo a la recuperación de Malvinas es también preguntarse por el rol civil de apoyo a la Junta, no sólo en la coyuntura Malvinas sino también antes; es asumir que nuestro pueblo está integrado por mujeres y hombres que ofrecieron resistencia activa, que no colaboraron, pero no sólo. También está integrado por quienes miraron para otro lado, o pero aun, prestaron el necesario apoyo para que suceda lo que sucedió.

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