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Apuntes para una crítica walsheana de la cultura

Especial #24M: Walsh: genealogía, memorialismo y comunicación popular.

Por Mariano Pacheco


25 de marzo: Día de la comunicación popular

La anécdota es por demás conocida: es 25 de marzo, año 1977, y el periodista Rodolfo Walsh se encuentra por la ciudad de Buenos Aires distribuyendo su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, que lleva su nombre y apellido y su número de documento, y en la que denuncia y da cuenta de cómo en el primer año del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura genocida ha llevado a cabo -a sangre y fuego- una verdadera reestructuración de la Argentina. Rodolfo también es oficial segundo de la organización Montoneros. Ha tenido diferencias con la Conducción Nacional (CN) y las ha dejado escritas en documentos internos, pero no se ha ido. Tampoco se ha ido del país, como él mismo ha sugerido no sólo para los integrantes de la CN, sino también para los “históricos”. Y qué duda cabe que él es una de esas figuras. Tal vez el asesinato de su hija y su amigo el poeta Francisco Urondo (tanto Vicky como Paco también eran periodista y militantes de Montoneros) definan su posición de quedarse a dar la pelea en la Argentina. Quizá su labor de “inteligencia” sobre el proceder de los militares lo hayan empujado a mantener su decisión de no entregarse (el problema no es delatar, sino caer con vida, había reflexionado en sus escritos).

Hoy la estación de subtes “Entre Ríos”, de la línea E (situada en las inmediaciones donde Walsh fue asesinado, o donde cayó en combate), lleva su nombre.

En estas líneas sugerimos tomar la fecha de su despedida de este mundo como Día de la Comunicación Popular.

 

Se sabe: la contribución de Walsh a lo que hoy se denomina comunicación popular fue fundamental.

Se sabe también que su figura ha sido de las más reivindicadas de entre los escritores y periodistas de su generación durante las tres décadas y media transcurridas ya desde el inicio de esta “democracia de la derrota”.

¿No habrá llegado la hora de preguntarnos si no corremos el riesgo de que poco o nada quede de Rodolfo en términos de legado de sus militancias? Y no nos referimos sólo a su función de combatiente guerrillero en el marco del peronismo revolucionario, sino también a sus múltiples aportes en el terreno de un cuestionamiento radical de la cultura, tan distinta entonces, y sin embargo, tan parecida a la de hoy. ¿Cómo puede esto suceder? ¿Cómo los años '60 y '70 pueden ser tan distintos, y a la vez, tan parecidos a los de la actualidad? La respuesta podemos encontrarla en la lógica del capital, que tanto hace unas décadas atrás como hoy dirigen los destinos de la humanidad. Claro que el capital ha mutado; por supuesto que no es menor el dato del cambio en las relaciones de fuerza. No caben dudas de que no pueden pensarse las tareas nacionales y regionales de un modo análogo a los años en que media humanidad se debatía entre los modos de mejor desarrollar el socialismo y si continuar o no bajo las lógicas de organización social capitalista. Pero esas diferencias abismales no quitan que dejemos de recordar, que tanto entonces como hoy, los desafíos pasan por una apuesta a la transformación radical de las sociedades que habitamos. Y allí Walsh no puede sino ser tomado como una figura central para realizar una crítica política de la cultura.

 

Pensamos que la obra de Walsh no sólo debería ser leída, sino ampliamente estudiada.

“Si me apurás, te digo que Walsh es mejor que Borges”, supo destacar el intelectual irreverente David Viñas. Y si bien es cierto que, tal como remarcó Ricardo Piglia en más de una oportunidad, tiene poco sentido pensar la literatura argentina en términos “futbolísticos” (es decir, de rivalidades entre equipos irreconciliables), también es cierto que la frase -provocadora, como bien le gustaba frecuentar al escritor y crítico argentino- ayuda a re-situar a Walsh entre los íconos emblemáticos de la cultura nacional, tanto como a Borges, Manuel Puig, Juan José Saer o Roberto Arlt. Walsh el cuentista, el traductor, el hombre de letras al que no se puede obviar. Pero también Walsh escritor dedicado al periodismo.

No es lugar ni momento para entrar en algunas discusiones que ya hemos planteado en otra oportunidad (en el libro Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y periodismo, de hecho, le hemos dedicado a Rodolfo un extenso capítulo), pero sí plantear –al menos al pasar-- que lejos de entender a Walsh como un autor argentino inscripto en lo que desde el Truman Capote de A sangre fría se denomina como Non Fiction, pensamos que el gran aporte de Rodolfo a repensar los vínculos entre literatura, periodismo y militancia, fue haber inaugurado a mediados de los años '50 ese nuevo género que podemos denominar como “Investigación-denuncia-testimonio”. De Operación masacre a ¿Quien mató a Rosendo?, pasando por el Caso Satanowsky, nos encontramos con un modo de hacer periodismo que, a su vez, es un modo de entender la literatura (y practicarla) y una forma de posicionarse políticamente en la sociedad. He allí un legado fundamental de Walsh para lo que hoy denominamos comunicación popular.

Por otra parte, la forma en que Walsh se abocó a fundar y participar de experiencias como el periódico CGT (de la combativa CGT de los Argentinos), el Semanario Villero y el diario Noticias, primero, y de la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y la Cadena Informativa (CI), después, dan cuenta de una lucidez respecto a la necesidad de abordar desde múltiples herramientas y lenguajes los desafíos de intervenir y disputar el sentido (o los sentidos) que circulan en la sociedad.

Finalmente, aunque no menos importante, resultan sus escritos como cuadro de la organización Montoneros, en los cuales presenta una serie de observaciones respecto a cómo entender la comunicación en el marco de una estrategia política más general (en aquel momento: una estrategia revolucionaria de cambio social).

Sólo para mencionar un aspecto de su método leninista de análisis concreto de las situaciones concretas, cabe destacar el llamado de atención sobre la “falta de historicidad” en la formación integral de los cuadros montoneros. Tema que retomaremos en el próximo apartado.

 

Memorialismo, derecho-humanismo y anti-neoliberalismo

¿Es posible hoy, realizar una crítica por doble vía, que incluya tanto a los apologistas del olvido para la reconciliación como a quienes propugnaron el memorialismo y los derechos humanos, olvidando de algún modo la historia?

Resulta llamativo que tras la “década ganada” en materia de derechos humanos respecto de los crímenes cometidos durante la última dictadura y la propagación de la memoria como parte central de una política de Estado, hoy la historia sea la gran ausente de los debates en torno a la pregunta por quienes somos, que incluye --por supuesto-- un interrogante sobre cómo llegamos a ser quienes somos y hacia dónde pretendemos ir. Dicho de otro modo: uno no puede sino preguntarse qué ha pasado para que tras tanta insistencia en el memorialismo y el derecho-humanismo, hoy exista un vacío tan grande re reflexión en torno a los problemas centrales de nuestra historia reciente.

Pasada más de una década, tras los años kirchneristas, parece que nos hemos quedado con mayor ignorancia respecto de las figuras y las fechas claves de la historia nacional. Sólo la consideración de evocaciones vacías pueden permitir confundirnos respecto de pensar que salimos de un proceso de reflexión aguda que permita realizar balances que hoy se tornan fundamentales: ¿qué pasó con Perón, el movimiento obrero y los dirigentes sindicales? ¿Qué pensar respecto de la violencia revolucionaria? ¿Qué continuidades civiles, sobre todo económicas, se establecen entre los años del terror y los de la post-dictadura?

Cuando los perros guardianes del orden intentan tender un manto de impunidad se nos presenta la tentación de pensar en la necesidad de “cerrar filas” entre todos los sectores que podemos coincidir ampliamente en un frente único anti-neoliberal. Sin despreciar las potencialidades de unidad que puedan darse en el marco de enfrentamientos comunes ante enemigos compartidos, nos resulta problemático pensar en tener que retroceder respecto del piso construido en torno a la discusión sobre el pasado reciente de la Argentina.

De allí que resulte un desafío, para muchos de nosotros, poder pensar en establecer un amplio abanico de acuerdos para repudiar la banalización de lo acontecido y evitar que se reinstale la teoría de los dos demonios (junto con una política de reconciliación), a la vez que podamos seguir señalando los límites del memorialismo y el derecho-humanismo, es decir, de una política sostenida en una permanente falta de vocación por conectar el hecho de la represión de Estado con el deseo revolucionario y el acto de recordar con el de reactualizar.

Y allí Walsh se torna de nuevo fundamental: estudiar la historia implica hacer balances en perspectiva; pensar la historia requiere un ejercicio crítico actual, porque toda interpretación de la historia es una política de la historia, y por lo tanto, una perspectiva sobre el presente y un programa.


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