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El Jefe: La película donde David Viñas se interpuso entre el amo y el esclavo

*Por Lea Ross

El ascenso de la Revolución Libertadora (1955-1958) fue la entrada de David Viñas en el cine. En ese entonces, Fernando Ayala y Héctor Olivera emprendieron la odisea de lanzar la productora de cine Aries Producciones. La película debut estaría bajo la dirección de Ayala y el guión saldría de la máquina de escribir de Viñas. Para eso, adaptaron uno de los cuentos del escéptico escritor, publicado en el libro Paso a los héroes y otros cuentos de la década absurda.

Así nace El jefe (1958), la primera obra maestra del cine argentino de la era post-golpe de 1955. La historia de un grupo de estafadores, liderados por un “jefe”, fue encarnado por un elenco de destacados actores masculinos, bajo la composición musical de Lalo Schifrin, quien una década después escribiría la partitura de la famosísima melodía de la serie (y luego de la saga de películas) estadounidense Misión Imposible.

La primera secuencia del filme transcurre adentro de una comisaría. Con planos generales, y un travelling de por medio, vemos a cinco hombres sentados con caras preocupadas (salvo uno, que se quedó dormido). Ven fijamente el traslado de un cadáver. El primer plano sonoro son las teclas presionadas por el policía sobre la Remington. Evidentemente, escribe un acta donde transcribe lo acontecido hasta ese momento.

Es ese escribir que los personajes se acongojan con sus caras demacradas. Hasta que llega el jefe a rescatarlos, interpretado por Alberto de Mendoza.

El jefe se hace llamar Berger, pero se pronuncia bérguer. El jefe se encarga de planificar los hurtos y de llevar a cabo las tácticas de influencia para atraer a las víctimas. Berger tiene una labia muy audaz. Con sus discursos logra encandilar a una muchedumbre o a cualquier ricachón hasta que estos mismos entreguen sus billetes con completa confianza.

Una de las artimañas que llevan a cabo estos timadores es un falso remate de terrenos. Berger se hace pasar por el rematador. Su verborrágica e irrefrenable lengua, con brazos enaltecidos, permite que los ilusos asistentes incrementen sus ofertas para comprar las apreciadas tierras. Por arriba del atril, el personaje de Berger emula ser un sagaz conductor, caldeando el ambiente, capaz de direccionar a la masa. La película en ningún momento menciona a Perón. Pero la sutileza tiene un nivel tan elevado que tanto para el público de aquella época como la actual podría parecerle explícita.

Dentro del filme, se presenta una canción de Alberto Castillo, el mismo que compuso Siga el baile, y con la misma algarabía cuya letra dice: "Por cuatro días locos que vamos a vivir, por cuatro días locos te tenés que divertir”. José Pablo Feinmann comentó que el propio Olivera le había hablado sobre una charla entre Viñas y Ayala, donde el primero le planteó que esa era la canción que definía la década peronista. Eso es en referencia a una declaración que había hecho el General, asegurando que se tropezaba con lingotes de oro en el Banco Central. Y que en lugar de usarlo para la inversión de la industria pesada, se direccionó para asegurar el divertimento y el despilfarro de la clase obrera, para su completa sumisión y confort.

Uno de los personajes le pregunta a Berger por qué pronuncia su nombre como bérguer. Berger le explica que la pronunciación correcta es en francés, bershé, y que para él suena muy “afrancesado”, débil y suave. En cambio, al entonar la primera sílaba y enfatizar las dos eres, con el “gue” de por medio, es más fuerte, pesado, aguerrido, bien germano. He aquí la indirecta sobre la posible directriz entre la figura de Perón y la dirigencia nazi.

Parafraseando a Viñas: si se me apurás, diría que El jefe es la película más gorila de la historia. Definición que para el autor de Los dueños de la tierra no lo compartiría. Sin embargo, los únicos que salen aireados en esta dialéctica del amo y el esclavo son el intelectual (Viñas decía que todo intelectual debía siempre estar desapegado del poder político) y el hijo de la aristocracia, que dicho sea de paso es interpretado por un joven Leonardo Favio. Con lo cual, todo lo referido al sector obrero solo queda subsumido a esa diatriba.

Porque precisamente, y quizás aquí es donde entra la lucidez de la película a la hora de observar la Historia, es el giro transversal del poder: el jefe/amo cae sollozo en el suelo al no poder lograr que sus secuaces/esclavos logren garantizar su impunidad. Se convierte en el esclavo de sus esclavos. Y por ende, se espera la emergencia de un nuevo amo. De ahí, el pesimismo de Viñas también se hace presente en esta película.

Si la vitalidad de Viñas hubiera persistido más allá del año 2011, quizás se abría percatado que aquella fórmula de Hegel podía aplicarse también en el actual período del kirchnerismo. El fuerte personalismo y de rasgos envalentonados de una presidenta cinéfila como Cristina Fernández, de eterna presencia en la cadena oficial, y calificada de “jefa” por parte de una parte de la militancia orgánica, muestra su contraplano en una senadora de figuración ambivalente, en silencio sobre ciertos temas de agenda y con un desparramo de cuerpos peronistas desencantados y sin rumbo, sin decidirse quién será su nuevo jefe.


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