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Escribir es tomar partido. Apuntes sobre David Viñas

En un nuevo aniversario de su fallecimiento, realizamos un recorrido sobre la obra crítica y literaria de David Viñas, anticipando el Especial de la Luna con gatillo en homenaje al autor.

Por Leonardo Candiano

Escribir aquí es como preparar una revolución de humillados:

opaca, empecinada, dura y cotidiana.

David Viñas, 1963

Asumir el contorno

A la hora de recorrer la relación entre escritura y política en nuestro país hay figuras que no cesan de reaparecer. Tuñón, Walsh, Conti o Urondo resultan, a esta altura, poco menos que obviedades. Pero existe otro nombre de esta perenne constelación que se torna inexcusable: David Viñas.

Si es común observar en una fracción de la intelectualidad comprometida y militante que la práctica literaria funcione escindida de la participación política por considerarla una tarea individual y de escasa y lenta difusión, en las antípodas de ese pensamiento podemos ubicar a David, quien hasta que la censura fue cerrándole el paso en los años setenta no cejó en la publicación de textos narrativos, dramáticos y críticos en los que los debates entre escritura y política han sido permanentes.

Viñas apeló a la producción artística y a la intervención crítica como actividades imprescindibles dentro de la lucha por una sociedad más justa e igualitaria, las convirtió en sustento de discusiones epocales sobre el papel del escritor, y desde ellas cuestionó su propio oficio y marcó las potencialidades y a la vez las limitaciones de la escritura a la hora de realizar un aporte para el cambio social. Pretendió desde la literatura asumir su contorno, indagar en él, conocerlo para apropiárselo y para ponerlo en conflicto. En su obra reflejó una conjunción de análisis histórico y accionar político que funciona como plataforma de un proyecto estético.


El intelectual crítico

1964 fue el año en que se conoció su obra crítica cumbre: Literatura argentina y Realidad política. El capítulo I, “Constantes y variaciones” fue ampliado con posterioridad y originó De Sarmiento a Cortázar en 1971. Con los capítulos III -“El apogeo de la oligarquía”- y IV -“La crisis de la ciudad liberal”- sucedió algo similar y constituyeron Apogeo de la oligarquía a partir de 1975.

Allí intentó trazar una historia de la literatura nacional desde una perspectiva clasista y fragmentaria, antagónica a la historia “oficial” de la literatura argentina hegemonizada por entonces por la producción de Ricardo Rojas. Como lo indica su título, de lo que trata su ensayo es de un vínculo para él ineludible entre ambas instancias, la literaria y la política. Incluso, en sus últimos años de vida acortó el nombre y las estrechó aún más, denominando su obra Literatura argentina y política.

Viñas estudió la escritura nacional de distintos períodos y se focalizó en la figura del autor, vituperada posteriormente por modernas modas académicas. El autor funcionó en su esquema como un vocero o representante de su clase (o se convirtió en un traidor a ella), y fue analizado tomando en consideración el contexto histórico de producción. La historia -para Viñas- permite darle sentido a la escritura, o mejor dicho, orienta al crítico a comprender el texto sobre el que indaga. No es algo auxiliar sino totalmente necesario para la comprensión de un hecho artístico. David muestra cómo, para examinar, por ejemplo, la literatura de frontera argentina, es preciso comprender las transformaciones del sistema económico del país, y así, por ejemplo, explicar la obra de Lucio V. Mansilla mediante la campaña del desierto organizada por Julio Argentino Roca, el género gauchesco en relación con la Estancia como espacio de poder económico y a Borges de acuerdo con la emergencia del peronismo.

Para él la literatura no es una zona ajena a la comunidad y por lo tanto inmune a los procesos sociales. De allí que su análisis renguea si se le extirpa el contexto. Vale aclarar que no estamos ante un estudio historicista o contenidista, tipo de aproximación que refuta en el prólogo a Apogeo de la oligarquía, sino ante una exploración de la literatura en movimiento e integrada al dinamismo de un todo social complejo y caótico que la excede e incluye, bien lejos de la circunscripción a un “campo específico” tan propia de los papers que pueblan la academia hoy día.


La escritura como evasión o la escritura como compromiso

Viñas desmanteló, ante todo, la lógica del discurso liberal. En Literatura argentina y realidad política caracterizó lo que denomina “el escritor liberal-burgués” mediante dos rasgos de los que un intelectual comprometido debería huir: el equilibrio y la neutralidad. Leemos en “El escritor como gentlemen”: “No innovar y status quo son las dos figuras jurídicas a las que se alude con frecuencia. Es el equilibrio que se ha instaurado con Roca después del 80. Y el estilo equilibrado define la escritura de los gentlemen: que los alaridos que llegan del pasado no perturben; que ese viento que empieza a resoplar del otro extremo no se filtre ni haga vacilar lo que por definición es inestable (…). En este recinto las palabras deben adquirir, ante todo, inercia: densidad de objetos, neutralidad de plantas o de gemas y para eso nada mejor que el ademán que las oprime hasta exprimirles agresividad. Inmóviles, sirven para decorar; sobre los escritorios de Cané o de Wilde se amontonan piedras extrañas, amaestradas”.

Para él la escritura es un acto social. Con las asépticas nociones de equilibrio y neutralidad, en cambio, se consagra la evasión. Esas ideas se sostienen por un interés ideológico en mantener la dominación de clase. Ante eso, va a contraponer la práctica de un intelectual comprometido con su tiempo -un hombre situado-, obligado a tomar partido en los sucesos que vive y narra, y que declama una posición de denuncia y ruptura del orden vigente.

También rechaza el espiritualismo, al que rotula como producto del colonialismo cultural hacia Europa que poseen nuestros escritores canónicos, quienes tienden a alejarse de lo que para ellos es la “bárbara materia” -América-, en busca de una presunta -y abstracta- “cultura universal”. En detrimento de estos planteos, Viñas será el escritor de las cosas concretas, tal como se titula su experimental novela de 1969. Ya pasó la hora del presupuesto romántico respecto del lugar “privilegiado” del escritor y la excepcionalidad de “las letras”, la actividad literaria -la escritura en sí- se ha convertido en una faena como cualquier otra y hay que ubicarla en el espacio que ocupa dentro del sistema socio-cultural en el que está inmersa.


El novelista. Constante con variaciones

Viñas asumió desde sus textos una ligazón entre producción artística y proyecto político al tomar a la narrativa como un lugar plausible para analizar -y desenmascarar- la ideología de los sectores dominantes de la Argentina. Así, pretendió repensar los sucesos del pasado nacional desde una perspectiva antagónica a la historiografía liberal, debatir en clave política su presente y promover polémicas en torno de los motivos que guiaron al país a un estado de dependencia. El autor de Los dueños de la tierra procuró que su literatura actúe, fundamentalmente en relación con los debates políticos y sociales de los que ella misma, como producción cultural, participa en el momento de su aparición. Si Viñas borró los límites establecidos para los distintos tipos de ejercicio escriturario -para él, narrar ficción era hacer crítica- a la vez los acentuó al desplegar en su obra artística técnicas y procedimientos literarios provenientes de distintas corrientes entre las que no están exentas la perspectiva realista tradicional, la sartreana y la influencia de la nueva narrativa norteamericana.

Si en entrevistas fluctúa entre posiciones antiintelectualistas -“El intelectual argentino no sirve concretamente para nada. En este momento uno tiene la sensación de que no pasa de ser una cosa decorativa”-, comentarios que amparan en forma excluyente la labor crítica -“el compromiso literario no es más que la ilusión del compromiso (…). Ser revolucionario en literatura, y quedarse ahí, sólo en ese plano, es darse buena conciencia o hacer carrera literaria (…). [N]o voy a escribir más novelas. Paso al ensayo, al ensayo político, a la militancia”-, y otros que destacan la importancia de la ficción -“No águila a lo Víctor Hugo ni profeta lugoniano. Pero tampoco lo contrario, declarar que la literatura no sirve para nada. No. Ni águilas ni lombrices: hombres… hombres entre los hombres. Cuestionando todo, permanentemente. Claro, a uno mismo en primer lugar”-; podemos sumariamente profundizar su itinerario intelectual para fijar una posición menos equívoca, pues su obra literaria fue por demás extensa en el período de su mayor politización, los años que van desde los cincuenta hasta mediados de los setenta. En ese lapso encontramos nueve novelas, un libro de cuentos y un cúmulo de relatos desperdigados en diversas publicaciones. Cuanto más radicalizado su contexto y mayor fue su participación pública, más profusa ha resultado su labor artística.

La fecunda obra de Viñas durante el transcurso de fragosas batallas culturales y de encarnizadas luchas políticas nos permite establecer la valoración que le otorgó efectivamente a la escritura, más allá de respuestas de ocasión. En estas producciones se observan distintas constantes, como por ejemplo la denuncia de todo tipo de autoritarismo y del rol de la oligarquía en el país desde su constitución en clase dominante, el fracaso y la traición como tópicos de nuestra sociedad y la trágica circularidad de los procesos históricos de la Argentina. Viñas remarca el vínculo permanente de las fuerzas armadas locales con los sectores hegemónicos y cuestiona a las estructuras políticas más importantes del país en los cuales el pueblo históricamente delegó su representatividad. Problematiza el rol de los intelectuales en la política nativa y la eficacia de su militancia, a la vez que destaca la desigualdad y la injusticia generadas por el orden vigente desde 1880 en la Argentina y las consecuencias de ello para los sectores populares -explotación, pobreza, persecución, asesinatos en masa-.

Pero las características más salientes de su obra resultan ser la estrecha relación entre escritura, historia y política por un lado; y la reflexión -desde los propios textos- sobre la producción literaria por el otro; es decir, una vuelta de los relatos sobre sí mismos que resulta poco usual dentro de la estética tradicionalmente apegada a lo social conocida en el país hasta entonces.

La narrativa de Viñas puede ser considerada como una mirada heterodoxa sobre la historia nacional y a la vez como una crítica respecto de la función del escritor -y por lo tanto, de la escritura- en la sociedad. Se trata de un método de intervención política. La literatura pasó a ser bajo su mano un tipo de discurso que le permitió recorrer hechos clave de la historia argentina denunciando los mecanismos políticos e ideológicos que los sustentaron, desde la campaña del desierto hasta el genocidio perpetrado por la última dictadura militar, pasando por los fusilamientos de la Patagonia, entre otros. Contra el discurso histórico tradicional, contra la oligarquía y burguesía nativa, contra el pensamiento liberal, contra la neutralidad, contra las instituciones -el ejército, la escuela, la iglesia, la prensa-, contra el maniqueísmo y el dogmatismo y para denunciar las traiciones políticas y personales, Viñas utilizó la novela.

Por otra parte, como dijimos, cada texto abre un proceso sobre sí mismo. ¿Sirven las palabras para llevar adelante un proyecto emancipador? ¿Alcanza con la denuncia escrita? Eso se preguntan las obras de Viñas, que deliberan sobre la escritura en relación con la política: “Mi narrativa es un proyecto de cuestionamiento de la cultura burguesa. O si preferís, de mi propia formación. Una manera de pensar contra mí mismo. O una forma de verbalizar lo que menos me gusta de mí mismo. O, en otras palabras: una forma de cuestionarme”.

No hay dudas. Las novelas de Viñas son un enjuiciamiento a sí mismas. Y así como criticó la evasión de los escritores liberales, también rechazó las producciones de aquellos que tomaron a la literatura como mera propaganda, pues se encargó de enfatizar la imposibilidad de dar un mensaje con la literatura, a lo que denominó como utópico. Para él, narrar es cuestionar, plantear problemas: “Dar un mensaje es dar soluciones… el escritor accede, sí, a los grandes temas, a los grandes problemas. Pero, ¿dilucidarlos, solucionarlos para los demás cuando son un enigma para él mismo? Me parece una ingenuidad…”.

Así como en múltiples entrevistas y textos críticos sostuvo esta clase de posturas, en sus novelas y cuentos encontramos propuestas semejantes. Por eso se encargó de construir personajes escritores, periodistas, estudiantes, cineastas y hasta generales que quieren publicar sus memorias. El hecho es que en cada una de sus obras hay un momento en que alguno de los protagonistas reflexiona sobre la escritura, en una puesta en abismo de la obra en sí, y de su propio oficio de escritor.


Literatura política

La elección de Viñas como pivote -o excusa- desde el cual reflexionar sobre escritura y política no se debe a una ocasional razón de calendario, pues se trató de una de las principales voces de un amplio espectro de autores que sostuvieron enfoques que hicieron base en el compromiso del intelectual con la realidad de sus pueblos pero a la vez con la de sus textos -y con la especificidad y consiguiente autonomía de la escritura dentro de la complejidad social en la que se establece un combate político-. Viñas se caracterizó por provocar una ruptura estética en la escritura realista existente, forjar una nueva imagen del intelectual, defender un determinado rol social para la literatura y activar políticamente por una transformación de la realidad. No fue un militante abnegado, es cierto, pero sí un escritor que no consideró excluyentes su participación en el ámbito político y en el literario, sino que en mayor o menor medida -y con más o menos éxito- pretendió combinar ambas prácticas.

Su entero itinerario es un botón de muestra de que todo hecho cultural es expresión de la comunidad en la que se origina, y por lo tanto no puede ser ajeno a su situación específica. Pero, a la vez, en tanto hecho cultural, se rige según normas y valores inherentes, es decir, forma parte de una realidad social que la cruza y de un trabajo con lo propiamente literario y con una tradición propia con la que se relaciona, continúa, rompe, juzga o violenta. Su propuesta es un modelo posible para la problemática intención de conciliar compromiso artístico y militancia política. Nunca lo uno -por decir, la política- justificando lo otro -en este caso, el arte-; pero tampoco el arte como fantástica fuga; sino una coherencia -una ética- entre los dos.

Viñas propugnó, como señala la crítica oriental Estela Valverde, que el escritor destruyera la inmanencia de la literatura y se dirigiese en busca de una continuidad entre el trabajo aislado de escribir y otras actividades sociales y políticas. Pretendió así llevar a la práctica en cada uno de sus textos las palabras de Rozitchner con las que decidió abrir su libro de cuentos Las malas costumbres allá por 1963: “El escritor debe ser juzgado por la apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la infracción”. De eso se trata, entonces, la escritura. La suya en primer lugar.

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