Por Marisa Emilia*
Febrero 2018. Tengo en la mochila el libro de Carla Lonzi: “Escupamos sobre Hegel”. Me faltan veinte páginas para terminarlo y las ganas de compartirlo y discutirlo con alguien me empiezan a dar urticarias. Descarté la discusión virtual, quiero leer en voz alta los párrafos con los que acuerdo ciegamente; las frases que imagino en carteles gigantes en talleres o marchas por la potencia que transmiten; los fragmentos que considero polémicos. El terreno es hostil: estoy de vacaciones y con la única compañía que tengo a mano no hay buenos antecedentes en este tipo de osadía emotiva. En ese hermoso mar oriental no quiero “que se pudra la fruta”.
Porque Lonzi “la pudre”. Por ejemplo, cuando dice: “Nuestro trabajo específico consiste en buscar por doquier, en cualquier problema o suceso del pasado o del presente, la relación con la opresión de la mujer. Sabotearemos todo aspecto de la cultura que continúe ignorándolo tranquilamente. Desmentir la cultura significa desmentir la valoración de los hechos que constituyen la base del poder de la humanidad masculina. Nuestra acción es la desculturación por la que optamos. Cada una de nosotras posee en su experiencia privada la dosis de desdén, de comprensión y de intransigencia suficiente para encontrar soluciones imaginativas.”
Mi idilio micropolítico de arena y sol fracasó estrepitosamente. Lonzi me dejó entre pampa y la vía, igual que las aguasvivas que encontré en la playa de Valizas, sin su cielo y sin su mar. A mi regreso, Córdoba me espera con la discusión sobre el aborto, la polémica sobre las declaraciones de Juan Grabois y el escrache a quien supo ser un referente significativo de la militancia política en Córdoba. Se viene el 8 de marzo. El feminismo no me da respiro. Las tripas me declararon la guerra, la jaqueca no afloja la urgencia. Me siento frente a frente con la culpa y escribo. Me animo a la traición y pido otras opiniones, algo para inocular la soledad. Las respuestas de mis compañeras me tranquilizan, dicen por aquí:
“sigo sintiendo que somos las cuestionadas, por las formas de denunciar, por romper el clima armonioso de las organizaciones, por 'no respetar' los tiempos de otres, siempre ahí teniendo que elaborar una respuesta adecuada. Este último tiempo está siendo de espera paciente, de conversas amorosas con quienes están cerca y de distancia respetuosa con quienes nos cuestionaríamos y parece que aún no es el momento. Nosotras nos encontramos y con tanto tiempo en nuestras cuerpas construimos la fuerza que hoy está bueno llevar de bandera para varies que antes se reían de nuestros planteos, que movían la cabeza diciendo NO cuando pedíamos lenguaje inclusivo. Hoy celebro el momento. Hoy siento hartazgo, no me asombro, no me asombra el Flaco y me jode muchos otros de los cuales las compañeras todavía no hablan. Me gustaría más encuentro entre nosotras, también somos diferentes en ésta como lesbianas, heteros, trans, lo que sea, la vivimos distinto y no nos lo estamos compartiendo. Quiero eso, más entre nosotras y sí, es separatista, y lo necesito, o ¿por qué siempre el ánimo de incluir o el deber de sostener la ficción de la unidad ante el enemigo común? ¿No queremos otros mundos?”
Yo vuelvo a Lonzi que dice: “Nuestra insistencia tiene un carácter de apropiación de nosotras mismas y su legitimidad viene justificada por el hecho de que en cada laguna nuestra siempre se ha introducido alguien que ha sido más veloz para apropiarse de nosotras. Nos interesa el punto más interno que cada una tiene en común con las otras y que para todas es tan vivo y doloroso.”
Incluyo en este texto los aportes de Lucre y Ana porque creo que es necesaria su visibilidad y también porque quiero cultivar la complicidad, ése es mi cuidado ahora. La claridad de ambas no pierde la perspectiva, y agota todas las urgencias, dicen por ahí: “Hay q construir una alternativa que construya frente a un enemigo común, revolucionando por dentro de las estructuras/herramientas en favor de la libertad de todas, y si no es desde el feminismo (en sus diferentes variantes) desde dónde es. Las kurdas le dicen "la revolución dentro de la revolución". El cómo se hace eso, de qué manera lo vamos caminando. Eso es lo que me preocupa y duele. Confío que desde ese dolor, colectivizado con el de muchas, va a nacer la alternativa.”
Entre nos, en la trinchera radiofónica, el 8 de marzo reversiona su caja de bombones: ahora tenemos prioridad para copar la radio, para editorializar el programa o elegir cuándo se difunde el flyer. Lejos de dinamitar este tipo de gestos antipatriarcales, mi invitación es a profundizar los rudimentos, tejer un puente y convidar un antiácido a los varones que se animen a leer a Lonzi, a Despentes, a Davis, a Galindo. Y quienes vivan para contarlo contagien la urticaria. Parafraseando a Galeano: que eso que rasca, deje de rascar donde no pica.
Mientras tanto nosotras “en la realidad ardiente de un universo que nunca ha revelado sus secretos, quitamos mucho del crédito dado a los empeños de la cultura. Queremos estar a la altura de un universo sin respuestas.”
Vamos a producir espacio a nuestro alrededor, estar para nosotras: la retórica seguirá siendo intransigente mientras la asfixia sea insoportable.