Por Tomás Astelarra
El negro Ariel es un viejo amigo de Tandil, anarquista de buena cepa, participó en varias tomas de tierras, decenas de experiencias políticas y sociales, cooperativas de trabajo...habitó unos veinte lugares de la Argentina, un errante constante.
Pasó por Traslasierra en camino a la búsqueda del San Pedro (dice que como todavía no tiene confianza todavía le dice San). Vino a buscar consejos del jipi Matías.
Nos encontramos con él y el jipi Matías en el bar del Mario. Pedimos media docena de cervezas, tres sanguches de milanesa, y gastamos todas nuestras monedas de un peso en una batalla desigual en la rockola entre el rock, la cumbia y el cuarteto. Encima Mario le da cambio a los cumbieros y a nosotros no.
El Negro me pregunta por mi militancia. Su nuevo berretín es con Patria Grande, aunque está pendiente entre las diferencias del ala kirchnerista y la más autónoma, con la que se siente identificado. Le digo que Patria Grande viene precisamente de una división entre hacer o no hacer política partidaria en el Frente Popular Darío Santillán. Y ahora parece que se separan por hacer o no hacer política con el kirchnerismo. Que al final la izquierda autónoma se parece a la vieja izquierda, más partidos que bancas. Sólo que el FIT por lo menos después de tanto insistir al menos pega tres o cuatro bancas y le dan bola en los medios. Despotrica contra el kirchnerismo, contra FIT, los medios, la liga el Mario que no le dio monedas y de repente se la agarra con el jipi Matías que vuelve de gastar en la rockola sus últimas monedas de un peso en un par de temas del Piti Álvarez.
“Yo le digo al jipi, que está desperdiciando el tiempo, que se tiene que meter en política”.
El Jipi, como siempre, con su voz chillona y siempre polémica salta con los tapones de punta: “Acá lo más codiciado por el poder es la tierra. Y yo tengo mi tierra. Es más, ya ocupe y retengo dos tierras. Una en Tandil y otra acá en Traslasierra. Y de acá no me saca nadie. Porque en lo de la tierra soy de izquierda pero también de derecha. Si me vienen a querer meterse en mi tierra les corto la mano, los cago a tiros. Esas son las reglas de ellas. Yo no las puse. Vos tenés cuarenta y dos pirulos y ¿dónde está tu tierra? ¿Dónde está la tierra de todos estos caretas de Patria Grande?”.
“Yo he tomado tierras y donde tomé tierras la gente sigue ahí, pero hay que metérseles en el gobierno, en el centro del sistema, sino tarde o temprano nos van a cagar”, se defiende el Negro, antes de confesar que igual tiene una mamúa pa’ veinte y que quizás sí, ya es tiempo pa’ tener una tierra y dejarse de joder.
La plaza está llena de pueblo. El Mario va y viene del bar a la esquina con gaseosas, cervezas y pizzas. Suena La Rubia Tarada (el último cartucho del Jipi). Las motos ronronean, las chicas miran detrás de gafas de moda y los pibes lucen look deportivo de buena marca. Hasta pasan algunxs arriba de una cuatro por cuatro. Todos miran con desconcierto a este trío de jipis que ponen canciones de la Bersuit, hablan de política, visten y se comportan con desenfado y hasta parecen haberse ganado el respeto de una buena parte de los paisanos viejos.
“Este es el pueblo. No sé si es bueno o malo. Pero es el pueblo. Con esto yo tranzo. Me relaciono. Después los de traje y corbata y los militantes de facebook que se curtan”, remata el jipi Matías.
El negro me mira desconcertado. Yo le aclaro que tengo la misma visión. Qué quizás a pesar de tener mi pedazo de tierra me cuesta más trabajar en ella, no perderme en la militancia, la intelectualidad, el internet y las discusiones de bar. Que coincido con el Jipi que hay una militancia de escritorio, de última tecnología, de consumo clase media, de puestos bien pagos en el gobierno o alguna ONG, de análisis críticos y acciones obsecuentes y, lo peor de todo, con un horizonte que apunta al desarrollo personal en términos de lo que mi amigo, el economista Gabriel Burin, llamaba “la heladera más grande”. Ecologistas que quieren mantener un bosque nativo con pileta, activistas que gastan miles de litros de petróleo en conferencias internacionales, naturistas que importan jarabes de China o venden a precios de Palermo Hollywood. Contradicciones las hay, las tenemos. ¿Pero y el horizonte?